CARMEN RIGALT
Estamos todo el puto día en campaña electoral. Qué dura es la democracia. Me gustaría vivir en Suiza para no saber quién me gobierna ni quién me quiere gobernar. La mejor política es la que no se nota. Para la próxima vida ya lo tengo decidido: me pido ser vaca.
Los políticos mienten. Unos más que otros, dependiendo del momento. Hay mentiras sabias, mentiras piadosas, mentirijillas y golpes maestros de cinismo, aunque para esto último se necesita nota. En cualquier caso, mentir no es fácil. Como los países democráticos no tienen oficialmente ministerios (ni contraministerios) de propaganda, confían las mentiras a unos inventores que tienen en nómina. Gente creativa, o sea, fantasiosa.
Fabricar una mentira es como hacer un anuncio de lavadoras, ni más ni menos. Las buenas mentiras, como los buenos goles, son los que mejor cuelan en la portería del contrario. En estos momentos, el Partido Popular gana por goleada. Una de las claves del éxito es que se ha servido de las mismas palabras que en su día utilizó el Partido Socialista, así que desactivarlas requiere un esfuerzo doble por parte del contrario. El lenguaje ha jugado, pues, a favor de la oposición. Es más complicado neutralizar el lenguaje que desmontar un argumento. Las palabras (negociación, chantaje, precio político, entrega de armas, traición) ya estaban inoculadas en el inconsciente colectivo. Sólo ha habido que adornarlas con banderas nuevas, cuarto y mitad de testosterona nacional y unos cuantos insultos. El efecto está garantizado y la mentira rueda sola.
El Partido Popular miente, y además lo sabe. Yo también sé que lo sabe. Si además lo supiera mi vecina, y luego la prima de mi vecina y la suegra de ésta y así sucesivamente, acabaría enterándose todo el mundo. La estrategia del detergente nunca falla. No hay mejor campaña que la del detergente que lava más blanco. Nadie se va a poner a comprobarlo. Tiene más pegada una mentira contundente que una verdad matizada.
Según un dicho (o un proverbio árabe, que queda más exótico), una mentira repetida muchas veces acaba convirtiéndose en verdad. Ahora estamos ante una de las verdades más mentirosas de la Historia de la democracia española. No lo digo yo, sino la lógica. Cuando la premisa mayor del silogismo es falsa, toda la secuencia es falsa. Sobra la mayor parte del discurso. Menos mal que la libertad nos asiste. Somos libres de creer que ZP hace milagros o que Mariano es el Cid Campeador. Palabra de progre.
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