Miércoles, 21 de marzo de 2007. Año: XVIII. Numero: 6303.
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Las incongruencias en los hombres son, generalmente, un testimonio de su inmadurez (Ed Cole)
 OPINION
TIEMPO RECOBRADO
Excusas
PEDRO G. CUARTANGO

Una de las cosas más difíciles es asumir las responsabilidades de nuestros actos. Tenemos tendencia a capitalizar el éxito y echar la culpa de los fracasos a los demás. Ayer pudimos constatar dos ejemplos de esta actitud en las páginas de los periódicos.

El primero es el protagonizado por José Manuel Rivas, teniente de la Guardia Civil en Roquetas, que declaró que se dio «el trato más exquisito que se pudo» al agricultor que murió después de sufrir una paliza cuando se hallaba esposado y tumbado en el patio del cuartel.

El segundo ejemplo es la explicación de Juan Antonio Roca al juez para justificar su fortuna. El testaferro de Jesús Gil afirmó que le había tocado la lotería en tantas ocasiones que ni siquiera podía acordarse. Por lo visto, a este hombre le toca el premio gordo un par de veces al mes.

Estos dos sucesos parecen risibles por su carácter caricaturesco, pero hay otros muchos casos en la vida política de negación de responsabilidades evidentes bajo mil pretextos. Por ejemplo, la Guerra de Irak. He escuchado estos días que no es conveniente hacer una reflexión sobre lo que está pasando en ese país en base a dos argumentos: que es una maniobra de distracción del Gobierno para tapar sus errores y que han transcurrido cuatro años desde la intervención.

Ninguno de los dos me vale, porque la búsqueda de la verdad -si es que existe- no puede estar sometida a consideraciones tácticas. Irak es un país que se encuentra hoy en una guerra civil que provoca cien muertos cada 24 horas y sin perspectivas de solución de un conflicto que se agrava cada día que pasa.

La invasión de las tropas aliadas se realizó sin mandato de la ONU y con la justificación de que existían unas armas de destrucción masiva que no han aparecido nunca. La ocupación del país ha sido un total desastre que ha arrasado lo bueno que había en la época de Sadam sin erradicar lo malo.

Bush, Blair y Aznar fueron los paladines de aquella desgraciada intervención. Ninguno de ellos ha pedido perdón ni ha reconocido que la invasión se realizó sobre un cúmulo de mentiras, documentadas hasta el detalle en un reciente libro de Bob Woodward.

Aznar se limitó a constatar, hace algunos meses, que no habían aparecido esas armas. Pero ello no basta. El entonces presidente de Gobierno -refrendado por la dirección del PP y todos los diputados del partido- defendió el ataque como una causa justa para acabar con un sanguinario dictador -que lo era- y poner fin a un terrorismo que no existía.

Fue una terrible equivocación. Pero Aznar sigue sin reconocer su gravísimo error y sin pedir perdón. Puede que siga pensando que la intervención fue una opción correcta, pero eso no vale, porque las decisiones de un político sólo se pueden juzgar por sus resultados. Aznar se dejó llevar por la hybris, el pecado de la soberbia de los dioses, y, seguramente, sigue creyendo que acertó cuando todo se ha desmoronado. ¿Les recuerda a alguien?

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