Miércoles, 21 de marzo de 2007. Año: XVIII. Numero: 6303.
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 OPINION
LOS PLACERES Y LOS DIAS
El pianista
FRANCISCO UMBRAL

La guerra, antes, vendía muchos periódicos. Ahora los vende la televisión. Acabamos de ver El pianista, de Polanski. Entre todas las películas que inspiraron la Segunda Guerra Mundial, quizá sea ésta la más importante, por la ambición de su planteamiento y por la estética del terror que ha cultivado siempre Polanski. Conocí en Ibiza, un verano, a Roman Polanski. Yo le daba clases de español a él, que hablaba muy mexicano creyendo que aquello era el castellano puro, y él me regalaba penes hechos con una servilleta dura y gorda, durante un almuerzo. Estas servilletas decoraban mucho la casa donde nos invitaba una princesa apócrifa y anciana que iba de principado en principado. Hicimos buena amistad.

El pianista es una de las principales películas de este polaco, consagrado siempre al terror y el horror del cine y de la vida, aunque esto no se deducía de su conversación, amena y frívola. El pianista viene a recordarnos que la barbarie, el crimen y el racismo son anécdotas que pasan por categorías, como hubiera dicho el maestro Eugenio d Ors. Polanski ha escrito en su filme la epopeya atroz de la invasión de Polonia por los nazis. Efectivamente, aquello fue horror puro y duro, pero no se crea que con la disipación del nazismo descendió la paz sobre la tierra, esa paz urgente y nerviosa que piden en España, en Navarra, en el corazón de Navarra, que es Pamplona.

Porque hay un patriotismo de bandera y vecindad que se da por sabido y consabido, pero hay también un nacionalismo violento que traza nuevas fronteras con ambición geográfica o con impaciencia negociadora. La impresión que saca de todo esto el pueblo, amaestrado y bien educado desde el colegio, es un escepticismo duradero y una desesperación que ya no espera nada.

El último recurso conversacional que había obtenido nuestra socialdemocracia era la manifestación en la calle, la pancarta, la bandera y el mitin. Pues bien, esos procedimientos también se han maleado y su corrupción la consuman los políticos oficiales desacreditando al contrario. Ya no hay donde agarrarse sino a la veracidad conversacional de los periódicos, que no siempre dicen lo que piensan sino lo que conviene más a sus lectores y activistas, porque también con la confusión se introduce la verdad mañanera del famoso «oscurezcámoslo» que dijo el maestro.

Escribo a la sombra de un viento renovado y duro. Las manifestaciones humanas crecen y vuelven como el ventarrón, porque sólo son eso, un ventarrón de tiempo. La palabra torna como los nazis, que también vuelven moviendo una amenaza que a lo lejos suena como un disparo. No hay porvenir sobre la tierra aunque Bush, en las manifestaciones, corra para llegar a Irak demasiado tarde. Pero ahí está El pianista con su piano para salvar a los más lúcidos. Éste es el cuento que nos cuenta Polanski, un cuento finalmente redentor, pero nos gustaría tener aquí, o en Ibiza, al magno realizador que narra estos evangelios de sangre, sin embargo los redime en Cannes y en Ibiza con sus servilletas/pene, que son la fecundidad y la amistad.

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