Viernes, 23 de marzo de 2007. Año: XVIII. Numero: 6305.
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Los mosqueteros de la percusión
son los virtuosos del ritmo. han recorrido medio mundo con espectáculos que desafían cualquier idea preconcebida sobre claqué o ritmos africanos. la camut band lo reinterpreta todo. consideran que sus montajes no se pueden explicar, hay que verlos. la próxima cita es en singapur
VANESSA GRAELL

El ritmo fluye por sus venas, es su sangre. Ni siquiera cuando posan para la foto pueden quedarse quietos. Los pies de Rafael Méndez se mueven solos en improvisados pasos de baile, su hermano Lluís se ríe de él y Toni Espanyol habla con tanta pasión que -accidentalmente- rompe una copa en un bar. Ellos son el trío fundador de Camut Band, es decir, el grupo de cazadores de mamuts.Son tres mosqueteros en el mundo de la música que buscan nuevos sonidos y en vez de blandir la espada golpean el djembe o cualquier otro instrumento africano. Pero sus armas más temibles son sus propios pies y manos: subidos a unos tambores gigantes reinterpretan el claqué. El joven d'Artagnan, el bailarín Guillem Alonso, se unió más tarde a la compañía y aporta un virtuosismo conseguido en las mejores escuelas de baile de Estados Unidos.

Este cuartero de creadores ha hecho lo imposible: fusionar claqué con ritmos africanos, rap, jazz o cualquier otro estilo que se les ocurra. Y suena bien, muy bien. Tanto, que el público no puede permanecer sentado en los teatros, el ritmo le acaba invadiendo.La unión de los hermanos Méndez con Toni daría como resultado una original partitura rítmica que hace de la percusión su bandera.

Para entender cómo la Camut Band ha llegado a representar más de 700 funciones de La vida és ritme (su ópera magna) y cómo ha cosechado elogios de la prensa internacional en los más de 20 países que ha visitado, hay que remontarse a los orígenes de estos cuatro mosqueteros.

Toni está fascinado por el ritmo desde su infancia. «De pequeño quería ser negro», confiesa. No por el color de la piel en sí, sino por el ritmo. El pequeño Toni disfrutaba viendo cómo se movía Pelé en el campo (lo de marcar un gol era más secundario) o cómo Cassius Clay bailaba sobre el ring. De adolescente empezó a comprar discos de Miles Davis, más que por su genio artístico «por toda la selva que llevaba detrás, todos los tambores », explica con entusiasmo. Al final, con 29 años, se fue a vivir a Africa. «Quería aprender a tocar el tambor y quería hacerlo con ellos», afirma. Pasó tres años en Senegal. Y cuando volvió se trajo consigo a músicos autóctonos con los que montó el primer grupo catalanoafricano, Cae Ma Deila (que significa, literalmente: acércate y te diré una cosa al oído).

A Toni el claqué no le interesaba demasiado. Él prefería los ritmos africanos y las emociones fuertes: impartía clases de acrobacia en El Timbal. En la misma escuela, los hermanos Méndez enseñaban claqué. Era una época en la que este baile era un desconocido, al menos por estas latitudes. Los hermanos Méndez lo descubrieron por separado, pero al mismo tiempo. Rafael estaba en Madrid haciendo la mili y un compañero le comentó que en el Paral·lel de Barcelona había un artista que bailaba claqué. Fue suficiente para despertar su curiosidad. Paralelamente, su hermano menor, que estudiaba armonía en el Conservatori del Liceu, empezó a preguntar a profesores dónde se podía estudiar este baile que sólo había visto en películas.

El benjamín de la banda, Guillem, dio sus primeros pasos de danza con ocho años. Estudió en El Timbal, donde intentó tener a los Méndez como profesores, pero «sus cursos se suspendían a causa de las giras o siempre estaban llenos», recuerda. Guillem pasó cinco años en Estados Unidos, donde recuperó de las calles de Los Angeles el perdido baile de arena. «El claqué se bailaba mucho en la calle, se levantaba mucho polvo y se oía más el ruido de la arena que de los zapatos», explica. Con la Camut Band reinterpretó ese baile, aportándole su toque personal. «Guillem es el que tiene la técnica más depurada, nosotros hemos sido autodidactas», señala Rafael. «Pero ellos tienen mucho estilo, ya tienen marca propia en el extranjero, son los Méndez Brothers», replica el más joven.

«¿Recuerdas tu primera actuación?», le pregunta Toni. Guillem la ha olvidado, pero los veteranos la rememoran: fue en casa de una señora que cumplía 60 años y su hijo le regaló una actuación de 15 minutos en el salón. Queda lejos ya, cuando acaban de volver de Hong Kong y han pasado por casi todos los continentes.

Continentes en los que han dejado parte de la droga que anima sus cuerpos, el ritmo. Una vez lo probaron, no pudieron dejarlo.


Un poco de geografía y asignaturas pendientes

Cuando no están de gira se aburren un poco. No saben estar quietos: «Nos hace daño estar 15 días parados. ¿Qué hacemos? Ir a la oficina, al banco...», lamenta Toni.

Su cita ineludible de los veranos está en el festival de Edimburgo.Este será su sexto año. El resto, cosecharon críticas de cinco estrellas que encumbrarían su fama en el circuito internacional.Será por el lenguaje universal de sus espectáculos, pero trabajan más en el extranjero que en España. «Cuando actúas fuera la gente te viene a ver como si fueses un famoso, te respetan mucho», indica Guillem.

En tan sólo cuatro días en Hong Kong, unas 6.000 personas vieron su obra. Primero ya habían encandilado a los japoneses en Tokyo y la Expo de Aichi (fueron los elegidos para representar a España).Pero ellos quieren más: «Por mucho que hayamos viajado no lo ha visto ni la mitad del mundo...», lamenta un ambicioso Rafael.

Su próximo proyecto es la apertura de la final de rugby en Inglaterra, para la que han pensado un número especial.

Pero la Camut Band tiene dos asignaturas pendientes. La primera, actuar en Africa (sólo hicieron una representación privada para una convención en Marruecos, eso sí, en un marco incomparable: a las puertas del desierto). Y la segunda, realizar una temporada estable en casa, en un teatro barcelonés. Porque desde que se constituyeran como compañía en 1995 no han estado más de dos meses seguidos en el cartel de su ciudad natal.

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