Viernes, 23 de marzo de 2007. Año: XVIII. Numero: 6305.
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Misterios de cera
LAURA FERNANDEZ

Marie Grosholtz, más conocida como Madame Tussaud, trabajó como ama de llaves para Philippe Curtius, un médico experto en modelar con cera. Un día, la jovencita Grosholtz le pidió a su jefe que le enseñara a hacer figuritas de cera y él le aconsejó que buscara sus modelos entre los cadáveres que se amontonaban en los cementerios (corría el año 1789 y la Revolución Francesa acababa de estallar).Marie lo hizo. Practicó con cabezas de decapitados que más tarde se convertirían en protagonistas de la Cámara de los Horrores de su museo, que empezó siendo una exposición permanente en un local de la calle Baker Street de Londres, ciudad a la que Marie, ya convertida en Madame Tussaud, se mudó en 1802. En 1884, la modesta muestra se convirtió en museo, presidido a la entrada por una foto de la ama de llaves.

Carmina Vall conoce bien la historia. El Museu de Cera de Barcelona está a su cargo. Afincado en un antiguo palacete de mediados del siglo XIX, antes de ser adquirido por el escenógrafo Enrique Alarcón, el museo fue un banco: de ahí que se encuentre en el pasaje de la Banca. «A Enrique le habían encargado la escenografía del Museo de Cera de Madrid y se enamoró de la idea en sí. Un día, estando de rodaje en Barcelona, se topó con este edificio y lo compró», recuerda Carmina. Lo que le fascinó fue el lugar: el hecho de que fuera un pasaje y que estuviera rodeado de pensiones y delincuentes. «Le recordaba al Londres de Jack el Destripador.Era justo lo que estaba buscando», dice Carmina. Algo bizarro.

Carmina Vall posa junto a su muñeco favorito. Es Boccaccio, el escritor italiano. Está atrapado en el tiempo, como el resto, desde 1973. Cuando Enrique Alarcón, el escenógrafo que llegó a trabajar con Buñuel, compró el edificio, encargó ya el 70% de las figuras que todavía hoy esperan, en las diversas estancias del palacete, a sus invitados. «La idea era hacer una especie de película, montar un museo que siguiese un guión cinematográfico.Por eso las figuras no se han ido renovando y se han conservado desde entonces. La verdad es que no tenemos pensado por el momento incrementar el número de personajes», explica Carmina.

El Museu de Cera de Barcelona abrió sus puertas en 1973. Por entonces, Charles Manson era algo así como el rey del terror hollywoodiense (se cargó, literalmente, el flower power de los 60, induciendo al asesinato satánico de Tate Sharon, la mujer de Roman Polanski) y Star Wars era el último grito cinematográfico.La Chunga y Carmen Amaya triunfaban en los tablaos flamencos, Manolete asistía a la muerte de Joselito y Karol Wojtyla estaba a punto de convertirse en Papa. «Se hacía figura de cualquiera que, por muy contemporáneo que fuese, se pensase que iba a acabar siendo un personaje clásico», cuenta la directora del museo.Como John Lennon, Claudia Schiffer, Julia Roberts, Antonio Banderas y un irreconocible Michael Jackson, añadidos después, en los 80 y los 90.

La película que ideó Alarcón empezaba con la realeza de los 70 (a la que en los 90 se le añadieron Diana de Gales y Teresa de Calcuta) y acababa con una particular Cámara de los Horrores (en la que Manson se codea con Bonnie y Clyde). El viejo mobiliario, las bóvedas del ex banco y palacete y las opresivas estancias (opresivas más por la sensación de que los muñecos respiran, que por el espacio) hacen el resto. «No queremos que el visitante pase miedo, pero sí que se pierda en cierto misterio, queremos que se sienta como si estuviera dentro de una película de Alfred Hitchcock, no en una de Freddy Krueger», dice Carmina. Quizá por eso Hitchcock sí forme parte del decorado y el tipo de las cuchillas, no.

Una figura de cera puede llegar a pesar 70 kilos. Y periódicamente, en el caso de las que acoge el Museu de Cera de Barcelona, pasan por la tercera planta. En la tercera planta las maquillan, corrigen cualquier arruga («a la gente le encanta comprobar si son o no de cera, las tocan y se llevan una parte de la frente, por ejemplo», explica la directora), las desvisten, lavan sus trajes y vuelven a vestirlas. «Hacen falta dos personas para mover algunas figuras.Otras tienen el cuerpo de yeso o de madera y pesan menos, pero de todas formas son pesos muertos, complicados de manejar», cuenta Carmina. A cualquiera que conozca la macabra historia de Madame Tussaud sus palabras le sonarán a jovencitas jugando a hacer muñecos de cera basándose en cuerpos sin vida. Pero nada de eso.El Museu de Cera de Barcelona cuenta entre sus colaboradores con diversos escultores, que se encargan de tomar las medidas necesarias del personaje en cuestión, ya sea en persona o mediante información recopilada, y deciden más tarde la pose y la cantidad de cera que necesitan. También se decide si se les verá la dentadura o si tendrán vello en las manos. «La cera tiene que estar a una temperatura determinada para injertar el cabello. Los injertos no son muy distintos de los humanos. De hecho, el cabello que se utiliza es humano. Y para colocarles la dentadura y los ojos se les abre por la cabeza, como se abriría a un ser humano», explica Carmina.

Un muñeco de cera puede costar hasta 15.000 euros. Un vestuario completo ronda los 4.000. «La ropa es muy importante. Un museo de cera debe ser también un museo de la indumentaria y casi un museo de cine», considera Carmina. De hecho, algunos de los trajes que lucen los muñecos son originales y hay al menos una cámara de principios de siglo. «La idea es también, por supuesto, dejarse llevar y pensar que se está ante la persona de verdad, a tamaño natural. Si lo haces, puedes tener la sensación incluso de que te está mirando», dice la directora, que se ha paseado muchas veces por entre las figuras. Incluso alguna vez, de noche. Como otros muchos visitantes, puesto que, desde hace un tiempo, el Museu de Cera también organiza visita nocturnas.

«Son exclusivas para grupos. Se contratan por anticipado», asegura Carmina. Estas visitas tienen trampa: actores. «Hay tres actores que hacen de figuras. Uno de ellos es una especie de guardián, que está en contra de este tipo de visitas; otro es una figura que quiere ser humano y otra es una chica un poco perdida», explica la directora. Los actores se comportan según un guión que puede variar en función del visitante. «Siempre hay alguna sorpresa de última hora», añade. La actividad ha sido muy bien acogida: se celebran cumpleaños, cenas de empresa y noches en familia, con grupos de hasta 25 personas.

Sin ningún tipo de subvención pública, el Museu de Cera sobrevive con 200.000 visitas anuales y un par de anexos de lujo: la cafetería temática El Bosc de les Fades y su ampliación, un local vanguardista que incide en el tema del bosque pero a través de la papiroflexia, y que sólo se abre por las noches. La modesta tienda que precede a la sección de terror del museo es la única que todavía vende postales y muñecos, y sigue siendo el refugio de aquellos que no se atreven a cruzar el telón que separa a Alfred Hitchcock de la dependienta de cera que hay al otro lado del mostrador de la tienda. Una vez un equipo de producción inglés se interesó por el museo. «Rodaron un par de escenas y nunca volvimos a saber nada. Supongo que la película sólo se estrenaría en Inglaterra», dice Carmina.

Como réplica al que, sin querer, puso en marcha Madame Tussaud en 1835, el Museu de Cera de Barcelona ha conseguido hacerse un hueco en la oferta cultural de la ciudad. Más bien, se lo hizo en su momento y ha logrado sobrevivir, con 45 personas a bordo. Eso sí, durante todos estos años se ha mantenido atrapado en el tiempo, como sus figuras. Quizá eso es lo único que lo diferencia del resto. Es pasado encerrado (o encerado) en el presente.

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