Irene Cabezas Romero, de 56 años, fue hallada muerta de siete puñaladas en la espalda el pasado 6 de noviembre en el sobreático en el que vivía del número 101 de la calle Ca L'Alegre de Dalt del distrito de Gràcia de Barcelona. Fue su hijo el que avisó a la Policía. También fue su hijo el que, según los Mossos, le había clavado un cuchillo siete veces cuatro días antes.

El móvil del crimen es una disputa familiar por motivos económicos, según confirmaron fuentes de la investigación a EL MUNDO. Irene regentaba un local de alterne de la calle Balmes de Barcelona.Juan Ramón vivía algunos días con su madre y también participaba en sus negocios. De hecho, es el dueño del establecimiento.

La víctima había comprado el piso en el que fue hallada muerta hacía unos meses por 540.000 euros que pagó a tocateja. Sus vecinos la describieron tras conocer lo sucedido como una «mujer muy rara» que salía de su casa cada noche a las 22 horas y regresaba a las cinco de la mañana. Por la música alta y los gritos también era conocida por sus vecinos.

Las primeras hipótesis policiales sobre el crimen se centraron en el entorno de la fallecida. Cierto ensañamiento detectado en el cadáver de Irene y, sobre todo, que la puerta de la vivienda no estuviera forzada fueron algunos de los datos que llevaron a los policías a enfocar las pesquisas en los familiares y amigos de Irene. El hecho de que le diera la espalda a su asesino también reforzó esta teoría, ya que denotó que entre ambos había confianza.

Los investigadores del grupo de Homicidios de los Mossos d'Esquadra también interrogaron a las chicas que trabajan en el local de alterne, que es propiedad del detenido pero que era regentado por su madre. Les preguntaron por la relación entre la víctima y su hijo.

Otro de los aspectos de la investigación se centró en localizar el arma homicida. Los agentes estuvieron buscando el cuchillo en los jardines del Club Tennis La Salut, que se encuentra junto al bloque de pisos en el que vivía la víctima. La Policía científica también analizó las huellas encontradas en el domicilio. El piso estaba revuelto, lo que fue interpretado por los investigadores casi desde el principio como una manera de despistarles haciéndoles creer que el móvil era el robo.

El cuerpo de Irene estaba estirado en el suelo cuando los policías accedieron a la vivienda, minutos después de recibir la llamada telefónica del hijo de la fallecida.

La noche en la que fue hallado el cadáver, el detenido estuvo presente en las primeras diligencias que llevaron a cabo los Mossos y fue interrogado en calidad de testigo. En los próximos días, deberá hacerlo ante el juez. Esta vez en calidad de imputado.