CRISTINA PERI ROSSI
En Francia, en un mes, cuatro obreros de la Renault se suicidaron, presumiblemente a causa del estrés al que estaban sometidos por un nuevo plan que multiplicaba siete veces la producción, sin incorporar nuevos trabajadores. Dicho en términos empresariales, aumentar los beneficios sin aumentar los costes. Hace muchos años que los beneficios de los bancos y de las empresas en los países más ricos aumentan sin parar, mientras los sueldos sufren lo que se eufemísticamente se llama «contención» y el despido libre permite desembarazarse de trabajadores cuya antigüedad les hace acreedores a un plus, sustituyéndolos por otros más jóvenes y peor pagados.
El suicidio de los cuatro obreros de la Renault ha generado un pequeño revuelo en Francia y la noticia, si ha saltado a los periódicos, se debe a que el país está en período preelectoral, no a una reflexión seria acerca de las consecuencias del capitalismo y del liberalismo económico. En primer lugar, porque los suicidios -salvo en caso de personas muy famosas- no son publicables. Una ley no escrita recomienda a los medios de difusión no mencionar los suicidios, como si fueran una peste contagiosa. Se teme a su posible efecto encadenado. El mismo temor induciría a no publicar noticias sobre maltrato, homicidios o cualquier acto de violencia, incluido el terrorismo. ¿Cuántos maltratadotes rociarán a su esposa con gasolina si ven la noticia por televisión? -no estoy muy segura de que los asesinos de mujeres lean periódicos, salvo la sección de deportes, que, curiosamente, suele estar muy bien escrita-.
Los suicidios no se publican. Sin embargo, hace poco, leí en un diario gratuito que el suicidio era la primera causa de muerte en Barcelona. La noticia se contradecía con otra, aparecida en caracteres pequeños, según la cual la principal causa de muerte en Europa eran los efectos secundarios de los medicamentos. No se suministraban cifras ni fuentes.
Si ambas noticias guardan algo de verdad, tendrían que haber sido objeto de primera plana. Pero me sospecho que aunque fueran ciertas, no se les concedería ese lugar. Vivimos en el mejor de los mundos posibles: eso nos hacen creer desde hace mucho tiempo. Los beneficios de los grandes bancos y de las grandes empresas nos llenan de ilusión y de alegría; creemos, ingenuamente, que si ellos ganan mucho dinero, todos seremos un poco más ricos, o un poco menos pobres. Nos hemos convencido de que el capitalismo es el mejor sistema económico, aunque sean capitalistas la mayoría de los países pobres. Y en los meandros del sistema la pequeña corrupción es posible, como un peaje que la grande paga a los de abajo, premio consuelo.O dividendo. Como la nueva ley de hipoteca-retiro.Si usted ha pagado durante cuarenta años una hipoteca para ser dueño de su piso, no desespere: cuando se jubile y la pensión no le alcance, el banco le dará cuatrocientos euros al mes hasta que se muera (es decir, durante cuatro o cinco años) y se quedará con su piso. En el mejor de los mundos posibles.
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