CARLOS BOYERO
Creo que se trata de un spot, aunque nunca se sabe. La voz me suena, es porteña y el tono intenso y lírico. Lo que dice me suena a ya leído y el recuerdo me conmueve. Caigo, pertenece al maravilloso libro de Julio Cortázar Historias de cronopios y famas. Además de dividir a la especie y el comportamiento humano en tres lúcidas descripciones denominadas cronopios, famas y esperanzas, el gran cuentista nos ofrece impagables instrucciones para subir una escalera, para llorar, para dar cuerda al reloj. El último consejo demuestra con lenguaje poético la inquietante veracidad de que cuando te regalan un reloj en el fondo te están regalando a ti mismo. No es un actor declamando un texto.
Alguien que trató a Cortázar me asegura posteriormente que esa voz que escuchamos es la del difunto. Y me escandalizo, y me pongo de los nervios, y maldigo la artística imaginación del publicista al constatar que esa literaria puesta en escena se está utilizando para vender un puto coche más. Y piensas en el careto que se le pondría al ilustre fiambre al constatar que la publicidad, eso que le daba tanta grima, también se ha adueñado de su vulnerable universo.
También constato que la táctica del «repite un lema hasta la extenuación, que algo quedará en el subconsciente del receptor» no es exclusividad de la política, sino algo que han copiado de los mensajes publicitarios. Eligen preferentemente los horarios de madrugada para machacar con el mismo spot, repetido sin tregua, al cansado o embrutecido ánimo del que sólo concibe el relajamiento viendo la tele repetido sin tregua ni descanso. Les agradezco que sean prosaicos, directos y pragmáticos, que no recurran a Cortázar o a Shakespeare para vender su terrenal mercancía.
Se supone que la clientela solitaria acumula calentón erógeno en esas horas pálidas, que el onanismo está hambriento, y consecuentemente la oferta publicitaria son las lúbricas criaturas del manga para disfrutarlas en el móvil, o ardientes parejas de aficionados que han grabado en su supuesta casa sus virguerías pornográficas, o reconocibles y magníficos culos de brasileñas, o cualquier cebo facilón para el voyeurismo sin demasiadas ambiciones.
Y casi todo apesta al mismo rollo en la tele. Digo yo que algo ocurrirá en el mundo aparte de la salvación de España y la indeseable existencia de ese fulano que tanto me recuerda a Hannibal Lecter en cutre, sin refinar, pero han decidido que no. Sólo me devuelve la cordura el reportaje de 59 segundos que muestras las opiniones de chavales de instituto sobre el comportamiento de los padres de la patria en el Parlamento: «La Cámara parece el plató de Salsa rosa, son hooligans, los españoles no deberían permitir que sus representantes se comporten así».
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