Viernes, 23 de marzo de 2007. Año: XVIII. Numero: 6305.
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DOCUMENTOS INÉDITOS / La relación epistolar con la amante de Ezra Pound y musa de la Generación Beat comenzó en 1960 / La correspondencia encierra las obsesiones, filias, manías e imposturas del indomable escritor
Charles Bukowski, el 'salvaje' a contraluz
'Noche de escupir cerveza y maldiciones' reúne las cartas que durante siete años cruzó con Sheri Martinelli, a la que nunca conoció
ANTONIO LUCAS

MADRID.- El día en que Henry Charles Bukowski (1920-1994) abrió Pregúntale al polvo, la mítica novela de ese escritor a contraluz que fue John Fante, entendió que la literatura sólo tenía sentido si al final uno ocupaba un lugar junto a los «grandes tipos de las estanterías».

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Él tenía un hambre caníbal como para empeñar la vida en ello. Le sobraba tiempo, hastío, hígado y voracidad para intentarlo. Empezó así la errática aventura de su vida literaria, el umbral de un mito sulfúrico que llegó a hacer de su estética de atunero una convulsión literaria.

La vida no le tendió la mano. Pero Bukowski -Hank para los escasos amigos- miró al fondo del vaso, cuando el whisky deja un rastro de lágrima ebria, y decidió poner en pie una literatura en dirección contraria, áspera como sus días, desnuda, de frente, cargada de metralla callejera.

Zascandileó por mil trabajos, pajareó por los bares y las aceras, fornicó, buscó el amor con dinamita y dejó un rastro sucio de palabras bellas, o que resultan bellas en su estruendo, en su herida. Si Whitman vio América cantando, él la vio vomitando. Sin embargo, el exhibicionismo no estaba entre sus aficiones, así que de los años oscuros de aquel buscavidas de las redacciones al que le rechazaban más poemas de los que veían la luz, no quedan más rastros veraces que los de sus notas sueltas y un cruce voltaico de cartas con una mujer a la que nunca llegó a conocer, Sheri Martinelli, musa de la extravagancia.

«No veo brío en tu obra»

Siete años de correspondencia a ciegas, entre 1960 y 1967. Siete años de complicidad, alcohol, admiración, amor y odio que comenzaron un 5 de junio del 60 con una frase urticante de ella a él: «Mi querido Charles Bukowski, quiero comentarte que no veo brío en tu obra...».

Este material era inédito en España hasta ahora y es la editorial La Poesía Señor Hidalgo quien lo reúne en un libro de título premeditado: Noche de escupir cerveza y maldiciones, al cuidado de Eduardo Iriarte, traductor también de una nueva reunión de poemas inéditos de Bukowski titulada Adelante y publicada por Visor. «Estos textos tienen un enorme interés porque los dejó con la intención de que se publicasen póstumamente. Algunos los escribió cuando sentía cerca la muerte, después de conocer que padecía la leucemia que acabó con él», comenta Iriarte.

Respecto a la enigmática Martinelli, la destinataria de las cartas ahora recuperadas, supo del autor de Factotum después de la experiencia de una relación honda y extraña. Era hija/amante/protegida/discípula del genial Ezra Pound, uno de los poetas más complejos y visionarios del siglo XX, 33 años mayor. Antes despachó gofres en Washington; pasó después a musa de la Generación Beat (y venerada por Allen Ginsberg), fue portada de Vogue en los años 70, aparecía y desaparecía de la escena, huyendo en muchas ocasiones del asedio de los expertos en Ezra Pound.

Resulta paradójico que después de estar bajo el alero de aquel viejo al que obligaron a disimular su locura cayera en el coqueteo salvaje de un clochard de la literatura, faltón y desmedido.

Hacer el personaje

«Aquí se presenta un Bukowski fascinante. Un tipo que pronto descubrió de la necesidad de inventarse un personaje bien construido. Y lo hizo», subraya Iriarte. Primero tomándose la existencia como un eructo, después ensayando una literatura aparentemente desmadejada. «Pero nada más allá de la realidad. En estas cartas deja ver cómo pulía su obra, cómo corregía, pese a esa imagen de que no retocaba jamás un texto», sostiene el traductor de este volumen epistolar.

Las cartas pasaron por distintas esferas de intensidad. La mayoría esconden una lucidez granizada de irreverencias; otras están escritas bajo los efectos del alcohol y otros jarabes. Bukowski ponía en ellas su alma de lejía, su fascinación por la música clásica (Mozart, Listz... «al carajo con Vivaldi», decía), su desprecio a algunos editores, sus juicios sobre Eliot, Cu-mmings, Shopenhauer, Huxley, su verbo en llamas contra lo convencional. «El hijo de John Webb se pasó por aquí, me encontró hecho polvo en la cama, barba de tres días, el pelo sobre los ojos. Me quedé allí sentado con el viejo albornoz encogido, le abrí una cerveza y le dije: no esperes nada brillante de mí, a la hora de hablar no soy más que un sepulturero con resaca», escribió Hank en noviembre de 1960.

Quizá lo mejor que les pudo pasar es no encontrarse. Probablemente sólo así fue posible esta relación entre dos luminosos inadaptados. «Estoy dormido sobre las rocas. Dile a Pound que conoces a un buen chaval», le apuntó a Sheri en 1960. Y poco después: «Si alguna vez pasas por Los Angeles ven por aquí, a ser posible sola: no pienso violarte».

A ella nunca le interesó demasiado la temática de sus poemas, pero alucinaba con su ímpetu y esos modales de garajista. Era literatura. Era pura fiebre a bocajarro. Las cartas se agotaron en 1967. Sin adiós. Él empezó a tomar las riendas de una fama mediática y creciente. Ella se fue difuminando. Pero dejaron la mercancía de sus espíritus torcidos y libres en un puñado de folios cruzados, tremendamente humanos.


Una tarde cualquiera contra Ginsberg

Agosto de 1962.

«Querida Sheri:

Es la hostia de duro vivir como un santo (...). Ginsberg y Corso tienen problemas con la prepotencia. Se pasean por distintos países alzando sus nombres por encima de la cabeza (...). Han caído en la peor de las trampas y su escritura -su creación- tiene que verse afectada porque han sacado su don del molde y lo están utilizando como una cuña para entrar en algo distinto. Cuando voy a las carreras o a la cama con una puta me mantengo al margen. En realidad no entro. Estoy allí para registrar los sonidos de otro mundo. Mi ex esposa lo averiguó tras tres años de ejercer de esposa: 'No eres más que un maldito puritano' (...). No estaba dispuesto a ofrecerle mi alma para que se paseara en zapatillas y creyó que yo sería presa fácil, un 'primo', después de leer mis poemas. Soy leve como el aire en parte y luego está el duro acero alemán. La mayoría de los poetas -si así se les puede llamar- se pierden en el fango y el riesgo de su propio trabajo. No conocen el secreto e, incluso, si les revelabas el secreto no sabrían utilizarlo (...). Cuando te canses deja de escribir. Yo lo dejé durante 10 años. Me llené lo suficiente en 10 años para escribir durante 200, tal vez 2.000 (...). Hoy estoy cansado y hecho polvo. Anoche me emborraché. Estuve en la radio anoche (grabado), con un recital de unos poemas míos pero para cuando empezó andaba demasiado borracho para oír. Ojala los dioses sean tan bondadosos como sea posible...

con cariño,

Buk».

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