MADRID. - Con un título a primera vista contradictorio, La felicidad y el suicidio (Bruguera), Luis Antonio de Villena se presenta ante sus lectores con lo que él denomina «un ensayo ético, sociológico y cultural que pretende demostrar que la posibilidad del suicidio es un ingrediente que ayuda a la felicidad del ser humano».
Un volumen que, según las palabras del escritor madrileño, es «una apuesta por la vida, pero desde la conciencia crítica de que la muerte, como diría Rilke, es algo personal y no debe dejarse en manos de la Seguridad Social».
Tanto la felicidad como el suicidio son temas tratados por De Villena desde antiguo y, de hecho, parte del contenido de este libro fue escrito en los años 80, si bien aquel texto lo ha debido reescribir al haberse modificado su propia percepción de la felicidad y la muerte. «No soy un predicador del suicidio. Creo sinceramente que merece la pena vivir, pero no a cualquier precio. Son muchos los intelectuales que han reflexionado sobre el suicidio, pero la mayoría no fueron coherentes con su pensamiento. Es el caso de las escritoras Djuna Barnes y Dorothy Parker, que defendieron toda su vida la idea del suicidio y murieron ancianas y en medio de dificultades», manifestó Luis Antonio de Villena, quien aludió a la muerte de Marilyn Monroe como el primer suicidio que le impactó cuando él era un niño de sólo 11 años.
«Fue en agosto de 1962 y yo coleccionaba fotografías de actrices famosas de Hollywood. Sentí una especie de solidaridad con el personaje, tuve piedad y una extraña fascinación ante el desorden de aquella habitación donde se supone que Marilyn se había suicidado», recuerda el también autor de novelas como El bello tenebroso o Madrid ha muerto.
Luis Antonio de Villena define la felicidad como «un estado de bienestar íntimo que tiene que ver con la capacidad de renunciar a lo prescindible con el fin de cultivarse y conocerse interiormente, algo que no favorece la sociedad capitalista». Por eso, considera un error cifrar la felicidad en actividades compulsivas: «Se produce un enmascaramiento. El arribista, mientras trepa, se siente feliz, pero, cuando se detiene, tiene más riesgo de ser infeliz. Cuando actúa, no es consciente del problema. Ése es también el gran drama del jubilado».
En La felicidad y el suicidio, De Villena traza un recorrido por las biografías de los suicidas más ilustres, sobre todo los vinculados a la vida literaria, y describe incluso las diferentes maneras que el ser humano ha empleado para quitarse la vida en las diferentes épocas y culturas. «En la Antigüedad grecorromana y en el Japón de los samuráis, el suicidio era bien visto. En la sociedad actual, sin embargo, se emplea el término suicidio sólo cuando va unido al mal, como los terroristas suicidas. Si el suicidio va unido al bien -una mujer joven, un anciano, un adolescente...-, se silencia el término, aunque se intuye que la persona fallecida se ha suicidado».
El también autor del poemario Los gatos príncipes asegura que «convivir con la idea del suicidio es la mejor manera de no suicidarse. Si uno verbaliza la posibilidad de suicidio, le quita la carga de horror que tiene y, generalmente, si uno se lo plantea, lo suele dejar para otro día. Los temas tabúes no verbalizados, por el contrario, se convierten en fantasmas peligrosos».