Viernes, 23 de marzo de 2007. Año: XVIII. Numero: 6305.
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GALERIA DE IMPRESCINDIBLES / LARS VON TRIER
La pelea del orden y el caos
El 'dogmático' director danés estrena 'El jefe de todo esto'
MANUEL HIDALGO

Todo indica que la vida y la obra de Lars von Trier (Copenhague, 1956) es un sangriento combate entre el orden y el caos con la libertad como espada que, alternativamente, cambia de mano entre los contendientes. Los padres del cineasta -radicales, extrasistema y medio hippies- consideraron apropiado que su retoño no recibiera la menor directriz ni indicación sobre el modo más conveniente de actuar, y la trayectoria del director viene caracterizándose por la sucesión de manifiestos, decálogos y propósitos que le obligan a autocontrolarse dentro de unas pautas y de unos espacios reglados -sus trilogías, por ejemplo- para después, sin pestañear por las contradicciones, abandonarlos, a veces por sus contrarios, a la búsqueda de nuevas reglamentaciones liberadoras.

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Todo el barullo empezó, desde luego, en el hogar familiar, pues el pequeño Lars, después de haberse criado en la más despistante desorientación, fue ingresado en el colegio más estricto y autoritario de la ciudad, choque que motivó su salida del aparato académico a los 15 años, logrando completar después sus estudios por un inusual sistema de educación a distancia.

El chico creía que era judío, como su padre, pero su madre, al morir, le confesó que su padre no era su verdadero padre -le mencionó a un músico muy conocido, y tal vez ahí redobló el interés de Lars por la música-, de manera que, perdiendo de golpe la figura paterna y la identidad judía, a Trier le dio a continuación por convertirse al catolicismo -que tiene 10 mandamientos muy claros-, lo que no le ha impedido mantener -lo cual es muy propio de los católicos- un vivo interés por el sexo, que se sustancia en su dedicación como productor de cine porno tras la pista de la película pornográfica perfecta.

En vista, también, de que sus padres tiraban hacia los márgenes sociales, Lars añadió, de repente, a su nombre ese aristocrático von, que no figuraba en su carné de identidad y que le iguala a los genios de su preferencia, Erich von Stroheim y Josef von Sternberg, ya que Von Trier no se anda con chiquitas a la hora de designar a sus maestros -y beneficiarse con ello de su aura divina-, y Dreyer, Welles y Tarkovski -en su última película homenajea El espejo- son sus modestos modelos.

Con este tinglado en la cabeza, no es de extrañar que haya trascendido su muy neurótica personalidad, su hipocondría y sus fobias, su pánico a la enfermedad y a la muerte, que le llevan a no viajar (casi) nunca en avión.

Cineasta adolescente -con una cámara de Super 8 que le regaló su madre- y cortometrajista veinteañero, Lars von Trier debutó en el largometraje con El elemento del crimen (1984), y ya dio su primera campanada en el Festival de Cannes. Pertenece, con Epidemic (1987) y Europa (1991), a su primera trilogía, la de la E, oscura y pesadillesca visión del continente europeo.

Cambio, y nueva trilogía. En 1995, proclama con su amigo Thomas Vinterberg el decálogo de Dogma, autodisciplinante voto de castidad cinematográfico -también lleva consigo los de obediencia a los mandatos del movimiento y pobreza de medios- que tiene como objetivo, corrigiendo y aumentando los preceptos del neorrealismo italiano y de la primera Nouvelle Vague, hacer un cine más realista: cámara en mano, decorados naturales, sonido directo, prohibición de iluminación artificial... La religión Dogma prende por doquier, y ya se han hecho en torno a 100 películas con sus normas.

Von Trier se estrena en su nuevo credo y en su nueva trilogía (Corazón de oro) con Rompiendo las olas (1996) -con la santa, sacrificada y doliente Emily Watson, una de sus muchas mujeres sufridoras y humilladas-, y luego hace la discutidísima Los idiotas (1998) y, lo que parecía imposible, la cuadratura del círculo, un musical Dogma de estilo americano: Bailando en la oscuridad (2000, Palma de Oro de Cannes), protagonizado por la singular cantante Björk, disfrutando ambos de un bonito infierno que luego se repetirá con Nicole Kidman.

Cambio, y nueva trilogía. Empezó por Europa, y ahora toca América. Con la Kidman hace Dogville (2003) y la vuelve tan tarumba como a su torturado personaje. Después viene Manderlay (2005) -significativo combate dialéctico entre esclavitud y libertad-, y sigue pendiente Washington, que no acaba de arrancar.

Cambio, y ¿nueva trilogía? Nuevo invento, al menos. Abandonado Dogma, llega ahora la Automavisión. Un ordenador adecuadamente programado decide los encuadres y las tomas de sonido. Ahora se trata de disminuir el cansado protagonismo del creador-director, pero Von Trier, más dios que nunca (si cabe), gobierna la narración irónicamente desde la voz en off, introduce, interrumpe, comenta y concluye. Y hasta aparece reflejado en un ventanal. Es El jefe de todo esto (2006), una «comedia inofensiva».

La teatralidad de la inconclusa trilogía americana se traslada ahora -con efectos de distanciamiento- a las oficinas de una empresa danesa que va a ser vendida al enemigo islandés. Esta película trata del teatro, la religión y las finanzas como un todo identificable en la metáfora de un dios ausente con capacidad de manejar el destino de sus personajes, de sus criaturas y de sus empleados. El concepto es poderoso, pero la película no tiene gracia. La Automavisión de marras da lugar a composiciones atractivas, pero también a una narración visual sincopada y arbitraria. Es chocante e innovadora, desde luego, pero no se le ve la virtud ni la necesidad. El ordenador crea desorden, y eso le tiene que divertir a Von Trier.

Desde los estudios de su productora Zentropa, el danés maneja nuevos proyectos. Escritor, actor, realizador de videoclips y de series y programas televisivos -hizo The Kingdom (1994), la serie de hospitales más extraña de la historia de la televisión, accesible en FNAC-, su burbujeante cerebro nos deparará ocurrencias sorprendentes, unas serán deslumbrantes y otras no tanto, pero un incontenible talento en acción sabrá venderlas con las mayores dosis de inteligencia publicitaria y la mayor concentración de autoestima y satisfacción que pueda darse en un hombre tan insatisfecho.


DOS DELANTE

PLAN DE MUSEO. El museo moderno es ya la alternativa burguesa y culta al plan dominical de barrio en gran centro comercial. Arte, sí, pero también librería, tienda con variedad de productos, aperitivo y comida en cafetería y restaurante de diseño. Todo sin salir del recinto, un plan para varias horas con el indispensable atractivo de gastar y comprar.

MAS INNOVACIONES. La manipulación de Teleaguirre difundió el sábado un revolucionario invento de la narrativa audiovisual en informativos. En medio de intervenciones de Otegi y Rajoy se introdujeron insertos de un Zapatero que escuchaba y luego, claro, no daba respuesta. ¡Una novedad mundial! ¡Ni a Von Trier se le ocurriría algo semejante!

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