Irina Bourskeskaya enseña la sala que ocupa el Teatro Tribueñe y recuerda que el local era antes un taller lleno de ratas y de ruidos procedentes de desagües. Ahora, luce coqueto y brillante.
-Qué bonito, Irina, se tienen que estar arruinando...
-[Sin apreciar el tono de broma] Bueno, sí. Ése es un dolor de cabeza que tengo. Pero, mientras dure, aquí seguiremos...
Mientras dure, Bourskeskaya ofrece monumentos teatrales como el Retablo de la avaricia, la lujuria y la muerte, siete horas seguidas de Valle Inclán que ya están en la historia de las representaciones del autor.
Pregunta.- Para el público en general, no es usted una mujer conocida...
Respuesta.- Ya llevo más años en España que en Rusia... Vine con 27 y con una formación y un oficio de actriz. Me instalé en el País Vasco, hambrienta de teatro y me encontré con que las salas sólo abrían en verano. Así que, casi por instinto, me puse a trabajar con amigas, con mujeres que hasta entonces no habían tenido mayor interés por el teatro. Ellas fueron las que me dijeron que tenía que irme a Madrid. Y para aquí me vine, como las hermanas de Chejov. En Madrid tuve la suerte de encontrar a William Layton, que contó conmigo para dar clases en su Laboratorio. Él fue mi gran apoyo en España, quien me permitió dar clases con mi fórmula. Abrir campos para que el actor haga suyo el texto, que se sienta también autor...
P.- ¿Y el impulso de trabajar ante el público?
R.- Al llegar a Madrid hice en el Alfil un ballet-pantomima con texto de José Luis García Sánchez y escenarios de Urculo. Tuve las mejores críticas de mi vida pero la obra no funcionó porque apliqué algo tan sencillo en Rusia y tan insólito en España como utilizar a dos actores en un papel. Lo sentí como un fracaso personal y me dije: «estate quieta, aprende cómo funciona el teatro aquí». Después, cuando murió Lay-ton, acabó mi relación con el Laboratorio. Me puse a buscar aulas y apareció este local, que estaba por encima de mis posibilidades. Involucré a la Fundación Argos y...
P.- ¿Y su relación con Valle?
R.- Yo había leído textos, pero del Valle fácil. Hasta que en un curso, Juanjo Grande me lo descubrió. Desde entonces, la percepción de su obra ha ido enriqueciéndose con cada lectura. A eso te lleva él mismo. Pero eso también le debemos a Valle, porque hay que estrujarse en cada contacto con él. Todo lo que des es poco para Valle, aunque sea duro.
P.- Para el público también tuvo que ser duro enfrentarse a siete horas de Retablo...
R.- Aceptaron ir a lo desconocido. Es incómodo pero sano; es vivir sin espejismos. Valle llegó a una cumbre del alma y tuvo una visión de la humanidad. Pero en vez de quedarse en la cumbre, bajó a la tierra y vomitó todo lo que ataba. Somos menos esclavos gracias a los poetas.
P.- ¿En eso consiste su satisfacción como directora?
R.- No uso la palabra satisfacción porque todo lo que hacemos sigue siendo poco. Sólo hemos desatrapado un poco a Valle.
P.- ¿Hay una deuda teatral con Valle?
R.- Siempre se le ha representado pegado al texto, sin margen para que la representación tuviera una vida paralela. Faltaba erotismo poético. Eros es la base del funcionamiento humano pero en el teatro, por el pudor, por desconocimiento o vulgaridad, se ha ignorado siempre lo erótico fuera de lo brutal y lo evidente.