Viernes, 23 de marzo de 2007. Año: XVIII. Numero: 6305.
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50º ANIVERSARIO DEL TRATADO DE ROMA / El periplo de España
De 'primo pobre' a socio estratégico
España entró en la UE con casi tres décadas de retraso, pero pronto se afianzó como parte del núcleo duro de los defensores de la 'vieja Europa'
MARIA RAMIREZ. Corresponsal

España entró en la UE en 1985 después de ocho años de arduas negociaciones y entre el escaso entusiasmo de sus vecinos. La posición de un país con el 10% de inflación y más del 21% de paro era delicada. Sin embargo, aún en su juventud comunitaria, España se ha afianzado como parte del núcleo duro de los defensores de la vieja Europa y sus ciudadanos aparecen entre los más optimistas sobre el futuro de la Unión. El país es ahora el quinto más grande de la UE, tanto en población como en PIB, y empieza a abandonar la cola de los mantenidos para acercarse cada vez más a sus vecinos ricos. Tanto es así que, en la próxima década, Madrid empezará a aportar a las arcas comunitarias más de lo que recibe.

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BRUSELAS.- El 12 de junio de 1985, cuando España consiguió firmar su entrada en la Comunidad Europea después de más de dos décadas de intentos y ocho años de arduas negociaciones, los líderes de Reino Unido, Francia y Alemania ni siquiera acudieron a la ceremonia en Madrid. De los seis fundadores, sólo asistieron el italiano y el belga, porque, cuando los españoles empezaron a «compartir el destino común» de Europa, como decía Felipe González, la emoción europeísta no era tan difundida.

Aparte de la reticencia a la ampliación hacia el sur, la ilusión de la primavera romana del 57 en la que se ratificó el Tratado fundacional de la Comunidad Económica Europea se había perdido, los Diez renqueaban incluso en la unión aduanera y ya se había acuñado el término euroesclerosis. La posición de un país con el 10% de inflación, más del 21% de paro y un PIB que apenas superaba el 70% de la media comunitaria era delicada. En España, algunos sectores se resistían a la organización que les imponía sacrificar el ganado, reducir la producción láctea o cerrar las minas.

Del primo pobre del 85, que británicos y franceses no querían, al socio estratégico de hoy han transcurrido dos décadas de cambios. España es ahora el quinto mayor país de la UE -en población y en PIB- y empieza a abandonar la cola de los mantenidos mientras se acerca cada vez más a sus vecinos ricos. Incluso, tiene en la élite bruselense a un nacional, Javier Solana, jefe de Política Exterior de la Unión desde 1999.

«España nunca se puso nerviosa, siempre fue optimista, a diferencia de los nuevos socios de ahora, como polacos o checos. Es el mejor ejemplo de la ampliación, porque siempre creyó en esto y en que éste era su sitio», explica un diplomático francés. «Para nosotros, es el socio con el cual estratégicamente compartimos más. Estamos juntos en la negociación de cada día y en la defensa de las ideas más europeas», subraya.

En el paso de principal receptor de fondos a contribuyente neto -empezará a aportar más de lo que recibe en la próxima década-, España intenta también consolidar su espacio político. De hecho, en Bruselas, algunos diplomáticos se sorprenden de que el Gobierno Zapatero no haya aprovechado ahora más la ocasión de acaparar poder mientras los líderes de los grandes países están en proceso de jubilación.

En la última cena de jefes de Estado y de Gobierno en Bruselas, a principios de este mes, sólo uno permaneció en silencio ante la presentación de la canciller Angela Merkel sobre la Declaración de Berlín. José Luis Rodríguez Zapatero no intervino ni una sola vez y las únicas aportaciones españolas en toda la cumbre vinieron del vicepresidente económico, Pedro Solbes. «¿Qué pasa con España? ¿No es ésta su oportunidad de oro?», se preguntaba, después, un diplomático británico.

Su posición política podría ser excepcional en medio de la crisis de identidad y la transición en el Reino Unido -con el primer ministro Tony Blair a punto de marcharse-, una Francia paralizada -a la espera de sus elecciones presidenciales y el final de la era del presidente Jacques Chirac- y la perenne inestabilidad de Italia. La estrella europea Merkel luce, en parte, por el vacío de poder de sus socios europeos.

Pese a la ventajosa posición española, la timidez de Zapatero, silencioso en casi todas las cumbres, contrasta, según los veteranos de Bruselas, con la algarabía que solían traer Felipe González o José María Aznar, aunque, a menudo, fuera para pedir más fondos, para quejarse del trato o para sembrar discordia. Sea como sea, la maquinaria diplomática y funcionarial española en la UE avanza con fama de eficaz. «Son muy profesionales», comenta un representante francés sobre sus colegas.

«España está bien colocada, en términos geográficos y de población, y el desinterés de Zapatero es sólo temporal. En el segundo mandato, será diferente. Dentro de dos años le encantará esto, como a todos», asegura un confiado diplomático comunitario.

Los ciudadanos, en cualquier caso, son los más entusiastas de Europa y de la mejoría que ha traído a sus vidas. En todas las encuestas sobre los beneficios de la UE, los españoles aparecen entre los más optimistas, si bien su interés por la organización que les ha dado más de 200.000 millones de euros desde 1986 es limitado. En febrero de 2005, cuando la Constitución se sometió a referéndum, poco más del 40% acudió a votar, un porcentaje excepcionalmente bajo para un país que alcanza hasta el 80% de participación en las consultas. Desde entonces, la ausencia de Tratado tampoco figura entre las preocupaciones de los ciudadanos, que se han desentendido de un texto que aprobaron y que no será adoptado por los Veintisiete.

Entre los países que han ratificado la Constitución y quienes los anglosajones llaman despreciativamente los ayatolás por su fe en la integración europea, España es uno de los más flexibles. La Presidencia de turno alemana asegura que pretende conservar «la esencia» del Tratado en uno nuevo y el Gobierno español está dispuesto a todos los cambios necesarios. Su única inquietud, según fuentes comunitarias, es que el plan germano sólo pase por preservar lo más conveniente para su Gobierno, es decir, la nueva votación por doble mayoría, que considera el número de países y la población que acumulan, lo que beneficiaría al Estado con más habitantes, esto es, Alemania.

Con o sin Constitución, España siempre está en primera fila a la hora de pedir más integración económica, política y de defensa. Pese a su limitada inversión militar -una de las más bajas de la UE-, ha participado en todas las misiones europeas hasta ahora, desde Congo hasta Bosnia-Herzegovina, donde aún mantiene unos 500 soldados. La idea española, sobre todo la socialista, es fomentar una alternativa a la OTAN y convertir la Unión en un socio más fuerte militarmente y, por lo tanto, más equilibrado.

En realidad, la pertenencia al club europeo ha servido también a España para calmar su desconfianza hacia la Alianza Atlántica y su antiamericanismo. «Desde que España y Portugal están en la UE, han cambiado de actitud. Por eso la Unión tiene tantos amigos en EEUU, en contra del cliché», comenta Constanze Stelzenmüller, directora del German Marshall Fund.

El Gobierno teme que el recorte de ayudas y la expansión hacia los países más pobres del este despierte también en España el euroescepticismo que recorre el Viejo Continente. Los españoles son partidarios de que entren en la UE desde Turquía hasta Rusia -más de la mitad favorece su adhesión-, pero la última ampliación no ha sido especialmente beneficiosa para el país.

Con pocos contactos comerciales con el bloque oriental, España afronta la reducción de sus fondos -que ha perdido a favor de Polonia-, la entrada de más inmigrantes, la competencia en sectores industriales clave y el traslado de algunas empresas a otros Estados de bajo coste -por ejemplo, el cierre de la factoría de Delphi en Puerto Real en beneficio de su sede en Polonia-.

Pero el Gobierno español ha apoyado la adhesión de los nuevos pobres por «obligación moral», porque no hace tanto tiempo, recordaba Josep Borrell el año pasado, aún como presidente del Parlamento Europeo, los recelos desde París o Londres eran hacia la «invasión» de «los fontaneros ibéricos».


UNA PRESIDENCIA SOCIALISTA...

Felipe González charla con sus homólogos europeos mientras se preparan para la foto de familia de la Cumbre de Madrid, celebrada en 1995. España ejercía entonces su segunda Presidencia comunitaria, tras la experiencia de 1989.


...Y OTRA 'POPULAR'.

José María Aznar habla con el entonces presidente de la Comisión Europea, el italiano Romano Prodi. Los jefes de Estado y de Gobierno comunitarios se reunieron en Sevilla en junio de 2002, durante el semestre de Presidencia española.

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