Casi medio siglo después, ser la capital comunitaria de una Unión de 27 estados es además un negocio muy rentable para Bélgica. Junto a «la más bella plaza del mundo», según Victor Hugo, o al minúsculo Maneken Pis, Bruselas esconde entre sus atractivos el barrio comunitario. Las sedes de las tres principales instituciones de la UE se encuentran allí: Parlamento, Comisión y Consejo. Alrededor de la rotonda de Schuman, el corazón del barrio europeo se viste de banderitas azules con estrellas amarillas y la mayoría de los comercios empiezan por «euro» o llevan el adjetivo europeo.

Presidiéndolo todo, el buque insignia de los edificios comunitarios, el Berlymont, en forma de estrella, reabierto en 2004 después de los 13 años invertidos en limpiar de arriba a abajo el amianto que recubría sus estructuras. Más de 500 millones de euros costó el capricho de mantenerlo en pie, a pesar de que todos los expertos afirman que habría sido mucho más rápido y económico tirarlo abajo y empezar desde cero.

Pero los excesos financieros de la UE no caen en saco roto, sino en las arcas belgas, beneficiarias privilegiadas de los alquileres y ventas de los edificios comunitarios. Bruselas es, además, la sede del Comité de las Regiones y el Comité Económico y Social, y de la OTAN. A esto hay que añadir el negocio indirecto: cerca de 15.000 lobbies, más de 250 representaciones regionales y locales y unos 1.200 periodistas acreditados instalados en la capital comunitaria. Según un estudio de la Universidad Libre de Bruselas (ULB), la actividad de las instituciones comunitarias, las representaciones nacionales y la OTAN generan 92.000 empleos directos y un 12,9% de la riqueza económica anual.