Viernes, 23 de marzo de 2007. Año: XVIII. Numero: 6305.
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Soy lo prohibido
ARCADI ESPADA

Camino de Sevilla, y pensando en su caso. Me ayuda un viejo y magnífico papel de Chaves Nogales, La ruta perdida, de 1926. El papel cita un apotegma alemán, de un enviado especial a la ciudad. «Sevilla es un paraíso para literatos. Dedica al placer 500 tabernas y a la inteligencia sólo una librería». Chaves, sevillano inteligente, se muestra de acuerdo. Dolido, pero de acuerdo. El apotegma, sin embargo, tiene una lectura razonable, contrairónica y alegre. En realidad los literatos necesitan más tabernas que librerías. Librerías les basta una siempre que esté bien surtida, es decir, que tenga todos sus libros. Chaves escribía así en plena dictadura de Primo de Rivera. Tiene otro artículo, igualmente extraordinario, El Colapso de Sevilla, donde describe la ciudad de la República en términos gramscianos: lo nuevo que no ha nacido y lo viejo que no acaba de morir. Para decirlo en sus palabras: «sindicalistas con pistola y señoritos con rifle». La República fue demasiado breve para que lo sevillí experimentase cambios. Y el franquismo fraguó.

Supongo que Chaves no escribiría nada demasiado diferente del escaparate sevillano actual. La diferencia, sin embargo, es que la ciudad lleva muchos años asumiendo su condición tabernera (es un decir). De algo hay que vivir, y uno no ve inconvenientes en esta especialización. También París es la ciudad del amor, y su Tgv sirve de perlas para llegar a tiempo al rendez-vous. El problema de Sevilla no es vivir del cadre d'ambiance. Es la renovación del material poético y sensorial, su cruz. Hasta el día del auto de fe Sevilla ha vivido, dos puntos. Del Toro. Del Vino. De la Hembra, De la Gitanería. Del Amor. Del Moro. Y de España. Todo prohibido. Hoy, todo prohibido. «Soy lo prohibido», dice Sevilla a juego con aquella inverosímil criatura flamenca que fue Bambino. Ninguno de los ítems necesita explicación añadida; se entienden perfectamente. Sólo, el Moro, tal vez. El Moro vivía en Sevilla como en un cuadro de Fortuny. Arrellanado y entre celosías, juguete literario. Hoy dicta, en virtud del ecumenismo. Y se teme su influencia sobre el consumo. Al fin y al cabo el jamón es lo único que sobrevive del antiguo abanico de placeres.

El caso de Sevilla. No creo que tenga fácil parangón. Una ciudad que vivía de la representación y cuyo muestrario ha entrado en barrena. ¿Qué hacer? ¿Bastará con la boda de los dos modistos, Victorio y Lucchino? Y, sobre todo: ¿deberá echarse Sevilla al agua...? ¿Quinientos spas y la tradicional librería?

Caso amargo y bárbaro.

(Coda: «Como somos un pueblo viejo y trabajado este alejamiento de la vida culta de Europa es casi imperceptible. Conservamos un remedo de espiritualidad. Pero lo cierto es que de la vida intelectual no nos queda ya más que lo que les resta, ya al final, a las religiones viejas: las liturgias. Manurel Chaves Nogales, La ruta perdida, Mediodía, junio 1926.)

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