Viernes, 23 de marzo de 2007. Año: XVIII. Numero: 6305.
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LOS PLACERES Y LOS DIAS
Senos
FRANCISCO UMBRAL

Puestos a ennoblecer el nombre de las cosas, llamemos «senos» a los senos femeninos, no por otra cosa sino porque la palabra es sutil y sugeridora, pero también porque los sustitutivos sugieren menos. Así, «mamas» tiene un deje lactante de guardería infantil, algo que suprime radicalmente la potencia estética, escultórica y sexual de la cosa en sí. Veamos de ayudarnos en Alvite, que dice así: «A Sofía Loren el pecho le tapa el seno».

El castellano tiene palabras para todo y por eso le es difícil entrar en los reductos académicos de la nomenclatura. Asistámonos de la Historia. El siglo de los senos es el XVIII. Claro que en otros siglos se ha enseñado más, pero con menos gracia. La mujer que enseña mucho porque le sobra es la mujer barroca de los siglos anteriores al XVIII. Así, esa mujer presenta una magistratura de la teta que no ha vuelto a repetirse. El XIX, como siglo romántico, enseña menos de lo que parece y siempre bajo un esquema sentimental tomado de la religión católica, que es la religión del sufrimiento. El verdadero romántico nace después de Bécquer y se llama Juan Ramón Jiménez, que llegó a cantar hasta las manos de su esposa, pero nunca los senos. Zenobia Camprubí queda, entonces, como una esposa con algo de amada inmóvil y algo de Amado Nervo, que viene a ser lo mismo. El cine, ya en nuestro siglo, parece que enseña mucho pero no enseña nada. Queremos decir que los desnudos más audaces los hace una contratada de tercer orden, porque para rodar y cobrar como una estrella hay que aclarar a medias con el productor si los senos van a ser todos de Sharon Stone o de una sustituta.

Mujer barroca es la de material abundante, sobrante, exuberante que está y pasa por todo el Renacimiento. Cuando una mujer parece la Virgen y no lo es, sin duda la vemos escasa de pecho como de pechos. La Virgen católica es la más católica de todas las vírgenes. Luego están la Virgen románica y la gótica. Todas ellas son propicias al añadido de unos senos más floridos, más florales, pero esta religión nuestra es la que más venera a sus Vírgenes, cuidado con ella. Una vez compré yo una Virgen, así como románica, en el Rastro. Cuando el tío me había co- locado una Virgen gestan- te, un domingo por la ma- ñana, me ofreció que me llevase también el San José y le dije: «No, mire usted, es ya mucho dinero y ese asunto del señor San José no está nada claro».

Las vírgenes románicas, góticas, barrocas, renacentistas y dalinianas suelen ser una señora muy de su casa que se permite reñir a Cristo y uno las ve ojivales como ventanas de catedral que van a dar directamente a Lourdes. Le conté un día a Aranguren una investigación sobre la Virgen de Lourdes, que aparece como una dama distinguida y desvestida en una gruta donde se ve con un aduanero francés. Aranguren montó en cólera: «Anticris- to, tú eres el Anticristo». Es- tábamos comiendo en El Escorial y Aranguren se fue lejos de mí. Lo que hay ahora es una guerra de Vírgenes por toda Europa, pero yo no he querido hacer esa guerra sino, sencillamente, ha- cer una columna sobre la Virgen, sobre mi Virgen, que la unto con aceite cada ma- ñana por despertar sus colores, su túnica, su gestación, su belleza anticuaria y adolescente.

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