Sábado, 24 de marzo de 2007. Año: XVIII. Numero: 6306.
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I PREMIO VALLE-INCLAN DE TEATRO / Faltan dos días
Shakespeare, ¿con 'techno' o con clavicordio?
Calixto Bieito, José Luis Alonso de Santos, Alex Rigola y Eduardo Vasco valoran la vigencia de las obras universales de siglos atrás y exponen cómo traerlas a los tiempos: con fidelidad al original, o entregándose a la 'herejía'
NURIA CUADRADO / QUICO ALSEDO

DEBATE: ¿AUN VIVEN LOS CLASICOS? Los clásicos, esas historias universales que han permanecido incólumes siglo tras siglo, de lenguaje hermisísimo en tantas ocasiones, líneas en las que es el tiempo el que habita como en una urna de papel... Los clásicos... Pero, ¿cómo interpretar hoy a un Shakespeare, a un Calderón? ¿Con música techno, o con clavicordio? ¿Vestidos de Zara, o a la manera medieval? Y más complejo aún: ¿con sus modelos morales, o con los de hoy, tal vez en esencia no tan distintos, pero sí en la superficie? Y siendo un poco más malos: ¿de verdad puede captar una historia de hace 300 años a un joven de hoy, que vive más en internet que en su casa? ¿O son necesarias unas claves culturales que la empobrecida educación cada vez es menos capaz de ofrece? Son preguntas, en todo caso, clásicas. Las respuestas, sólo quizás, aquí.

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BARCELONA / MADRID.- Los clásicos. Sí, los clásicos. ¿Y qué hay que debatir en torno a los clásicos? Esas piezas universales que sobreviven a las centurias, que nos muestran lo poco que hemos progresado en siglos (excepto en lo material), que bla, bla, bla, bla, bla, bla...

Pues sí, algo se puede debatir. Por ejemplo: ¿los traemos a los tiempos, convirtiendo armaduras en trajes de neopreno y (hay quien dice que) traicionando el espíritu original, o seguimos con los yelmos y las espadas en aras del sacrosanto respeto a Shakespeare y compañía?

O por ejemplo: ¿encubre la proliferación en cartelera de obras de hace 100 años o más un vacío creativo actual, y más con ese esplendoroso Siglo de Oro patrio a las espaldas, o no es la cosa para tanto?

Todo esto y mucho más, en las próximas líneas, comenzando con Calixto Bieito (Miranda de Ebro, 1963), uno de los grandes enfants terribles de la cosa de subvertir clásicos y ponerles bacalao de banda sonora y así: «Mi último trabajo [Plataforma, sobre la novela de Houellebecq] es sobre un texto rabiosamente contemporáneo, pero me imagino que siempre vuelvo a los clásicos porque los puedes hacer tuyos, porque te ayudan a ver el mundo, porque te explican cosas que tú desconoces. Es más fácil trabajar sobre un clásico que sobre un texto contemporáneo a no ser que tengas en este último algún tipo de implicación personal, como me ha ocurrido a mi con Plataforma, novela con la que me sentía identificado en muchos pensamientos e ideas; además, he conocido personalmente a Houellebecq. De todas maneras, incluso en este texto contemporáneo supongo que he acabado potenciando aquellos aspectos que más me interesaban... Pero siempre he sabido que había alguien, Houellebecq, que estaba detrás». Actualmente, Bieito prepara un Tirant lo Blanc que le han encargado en Berlín, y también Los persas, de Esquilo, para el Festival de Mérida. «Los clásicos puedes acentuarlos, enfocarlos hacia donde tú quieres. ¿Los límites? Cuando hago un clásico lo primero que intento es entederlo, saber qué me dice. Y ése es el límite. Por otro lado, nunca llevaría al escenario autores vivos con los que no compartiera universo. Supongo que tampoco haría cualquier clásico, pero con los grandes clásicos siempre encuentras un punto de identificación».

Cambio de tercio y puente aéreo hacia Madrid, donde nos aguarda José Luis Alonso de Santos (Valladolid, 1942), ex director de la Compañía Nacional de Teatro Clásico, catedrático de Escritura Dramática de la RESAD y hombre de teatro de largo recorrido, y de largo recorrido en el teatro: «Los clásicos conectaban en esa época, en la suya, de forma directa, y ahora conectan culturalmente: los estudiamos y conocemos mediante claves culturales. En aquella época eran los autores de moda, como las canciones de moda. Ahora luchamos por darles actualidad y decimos que están vivos y son actuales... porque no lo son. Pero ojo: los clásicos tienen valores importantísimos, como la lengua, la cultura, la lucha por la dignidad, el honor, la justicia... Nuestro ADN. Indiscutiblemente, los clásicos han de estar siempre protegidos por lo público, porque si no, no se harían. Lo de las cifras es una pequeña gran mentira, están siempre hinchadas. Decimos: '¡Han venido a vernos 100.000 personas!'. Pero es mentira: son las mismas 2.000 una y otra vez».

Volvemos a Barcelona con Alex Rigola (Barcelona, 1969), director de Teatre Lliure y otro al que le gusta mezclar a Shakespeare con el techno onírico de Underworld: «Hay dos tipos de clásicos, aunque uno para mí no cuente. Hay obras que son importantes en un momento determinado porque representan un cambio, como puede ser el Ulises de Joyce; y hay otras que se mantienen vivas pese a que haya pasado mucho tiempo desde que fueron creadas porque hablan de cosas que todavía son importantes en nuestra sociedad. Además, hay que tener presente que los clásicos pueden caducar porque hablen de cuestiones que ya no nos interesen, aunque desgraciadamente siempre acabamos cayendo en los mismos errores, por lo que las temáticas se repiten una y otra vez. Por ejemplo, nunca haría una obra que hablara sobre el honor: es un tema desfasado en nuestra sociedad».

Rigola apunta algo interesante: «Tampoco hay que olvidar que Shakespeare siempre situaba las obras en su época: escribía de Julio César, pero sus actores vestían al estilo isabelino».

Nuestro último interlocutor dirige actualmente la Compañía Nacional de Teatro Clásico. Habla Eduardo Vasco (Madrid, 1968): «Hay dos tipos de clásicos, y dos pilares sobre los que se basan: por un lado, están las obras de contenidos universales, cuestiones que no tienen caducidad porque suceden una y otra vez... Y luego están las obras que destacan su belleza y la calidad de su lenguaje y su pensamiento. Y respecto al auge del clásico, no es así: nuestras cifras son buenísimas, pero antes había muchas compañías privadas que lo hacían y ya no lo hacen. Así que...».

Volvemos a Bieito, que cuenta las interioridades, cómo funciona el código universal de una obra que ha saltado de siglo en siglo como quien camina: «En Hamburgo di clases a directores de escena de ópera y les puse como ejercicio que a partir de una gran ópera, no recuerdo si era un Verdi o un Wagner, explicaran en dos o tres frases qué querían decir con ella y después planteábamos una escena. Cada uno hizo una propuesta diferente, con un ángulo de visión distinto. Eso es lo que hace a un texto clásico, su capacidad para que todo el mundo encuentre algo en él».

Opina el director, quizás presumiendo de su vis polémica, que «en el arte del siglo XX todo es reinterpretación; ése es uno de los motores del arte, así que ¿por qué no podemos reinterpretar en teatro? Y cuando habla de reinterpretar no me refiero a una estética o un vestuario, sino de aplicar una mirada de tu tiempo a una pieza que es de otra época», alega Calixto Bieito.

Tercia Rigola, que habla de cómo tocar con las manos, tal vez hasta la herejía, textos que no pocos teatreros tienen por sagrados: «Los textos clásicos son más sintéticos que los contemporáneos y eso te permite jugar más con ellos. Los textos contemporáneos hablan de particularidades del momento, lo que obliga al director a ser más neutral para jugar más a favor del autor. Por eso las direcciones de textos clásicos son más difíciles, porque puedo poner mucho más de mi parte. A quienes contemporanizamos a los clásicos siempre se nos acusa de traicionarlos, pero si analizas el contenido y los personajes y te mantienes fiel al espíritu, puedes trasladar la acción tranquilamente. Los mismos autores clásicos, si escribieran hoy la obra, propondrían nuevas formas de juego. El teatro es un arte efímero y tiene que estar muy vivo. En teatro necesitas conectar con el espectador de hoy, no con el de ayer o con el de mañana, porque el espectador de mañana, con que sólo pase algo, puede cambiar de gustos». Y remacha Rigola con una opinión que a no pocos tocará las narices: «Los directores de escena actuales tenemos algo en común con los publicistas, tenemos que comunicar».

Alonso de Santos insiste en su planteamiento del teatro como arte para una inmensa minoría: «Date cuenta de que cuando una sala está llena son sólo 400 personas, muy pocos. El teatro se ha movido siempre en este espacio. A partir de ahí, los referentes culturales siempre se han recibido en minorías amplias. ¿Cuánta gente no ha ido nunca al teatro? Yo eso del buen salvaje que va un día a la ópera no me lo creo. El teatro clásico no se puede disfrutar sin las claves culturales. Y en cuanto a las adaptaciones, yo siempre hacía lo mismo: encargárselas a gente de fuera del teatro, que son más respetuosos».

Termina Eduardo Vasco: «Parece que los clásicos quitan cartelera a los contemporáneos porque lógicamente cada vez hay más, se van acumulando... Pero no es así. Luego, en las versiones, tiene que haber de todo, porque si fuera como el Siglo de Oro, no lo aguantaría ni Dios».

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