En vísperas preelectorales, los políticos convierten su vida en una actividad frenética donde se hace de todo para asegurarse el voto. Ruiz-Gallardón, futuro aspirante a la Alcaldía de Madrid, igual inaugura un túnel de la M-30 que la nueva plaza que desde ayer lleva el nombre de Rocío Dúrcal.
El alcalde ha tenido suerte con las fechas. El nombre de Rocío, que falleció hace justamente un año, había que dárselo a la plaza del barrio de Cuatro Caminos donde ella paseaba con su abuelo. Los vecinos se conmovieron con las palabras del regidor y con las lágrimas de Antonio Morales, todavía hecho polvo y parece que muy solo.
En otro homenaje, el que recibió Sabino Fernández Campo -en una cena multitudinaria en Madrid- también hubo discursos aunque sin llanto y mucho ejercicio de memoria histórica, de ésa que no molesta a nadie.
En las mesas se hablaba de nuevo del 23 -F y el papel que el general Fernández Campo desempeñó apaciguando a sus compañeros de armas, o algo más. Quizá nunca sabremos todo lo de aquella noche ni conoceremos algunas de esas frases enigmáticas que se escucharon en los pasillos del palacio de la Zarzuela.
Alguien recordó igualmente los recelos del jefe de la Casa del Rey hacia Mario Conde, que seguramente le costaron su puesto, aunque el tiempo le dio la razón. Sabino también estaba allí cuando la reportera británica hizo aquel reportaje sobre el Rey para la cadena Sky Channel, sin su moderación seguramente habría sido mucho peor.
Sin el conde de Latores, la iniciativa de Graciano García de instituir los Premios Príncipe de Asturias se habría quedado sin interlocutor que convenciera de las bondades del proyecto a los monarcas.
Cuentan que gracias a la prudencia del general asturiano, uno de los nuevos yates del Rey no se financió con fondos reservados destinados a cosas más importantes, según la propuesta de un insensato pelota del Gobierno socialista. Y así tantas y tantas historias de 16 años junto al Rey y su familia, algunas silenciadas para siempre y que justifican el motivo del homenaje: «Por su servicio a España».
Por eso estaban allí desde Iñaki Anasagasti a Nicolás Redondo, Fraga, Benegas, Gabriel Cisneros, Rosa Conde, la magistrada del Supremo Margarita Robles, el socialista Alvaro Cuesta, la alcaldesa valenciana Rita Barberá, Natalia Figueroa, Enrique Rojas, la duquesa de Fernandina, Isabel Hoyos o Leopoldo Calvo Sotelo. Y también Plácido Arango, con el que los Premios Príncipe de Asturias vivieron sus momentos más brillantes. En la cena estaba también su antigua novia Cristina Macaya. El empresario de origen asturiano tiene ahora una nueva compañera sentimental, la escultora Cristina Iglesias, una de las grandes artistas del momento. Los tres habían coincidido en el aeropuerto de Palma cuando viajaban a Madrid para asistir al homenaje.
En cambio faltaron representantes notables de los dos últimos gobiernos de Aznar y Zapatero. Y todos echaron de menos a los Reyes o a sus hijos, que siempre estarán en deuda con la lealtad, la eficacia y la prudencia de Sabino Fernández Campo. Las reglas dicen que los Reyes no van a actos privados, pero el protocolo distancia peligrosamente a los gobernantes de su pueblo. Que se lo pregunten a la reina de Inglaterra. Su aparente falta de humanidad casi le cuesta el trono. Y es que un abrazo o una lágrima sincera, fuera del guión, valen más que muchos actos solemnes y que millones de votos.