El ascensor dejó a Bob Woolmer en la planta 12 del hotel Pegasus de Kingston, Jamaica, a las 20.30 horas del sábado 17 de marzo. Al menos una persona iba con él. Recorrió el pasillo, abrió la puerta de la habitación 374 y desapareció. Al día siguiente, a las 10.45 horas, el servicio del hotel lo encontró inconsciente en el suelo de su estancia. Los médicos trataron de reanimarlo, pero el entrenador de la selección parquistaní de cricket murió.
Un ataque al corazón, se dijo en un primer momento. Woolmer, de 58 años, era diabético, y la tensión del Mundial de cricket que se celebra en Jamaica lo podía haber desestabilizado. El sábado su equipo fue humillado ante Irlanda. Una derrota frente a una selección que nada dice en este deporte y que, lo peor, dejaba a Pakistán fuera del campeonato.
En muchas ciudades paquistaníes los aficionados se lanzaron a la calle a pedir un castigo contra el entrenador y los jugadores, quemaron banderas y las imágenes de los que acudieron a Jamaica como ídolos.
Pocos días después de esta tragedia, empezaron las especulaciones. La policía jamaicana empezó a hablar de una «muerte sospechosa». Rumores de venganza, de asesinato, de suicidio. Woolmer se convirtió en personaje de una historia inverosímil que se resolvió la madrugada de ayer: el entrenador de Pakistán -nacido en India pero de nacionalidad inglesa- había sido estrangulado. Murió asfixiado por las manos de una persona a la que quizá conocía.
Lucius Thomas, uno de los investigadores del caso, ha explicado que alguien le rodeó el cuello con sus mano y los asfixió hasta la muerte. «El caso se trata como un asesinato», añadió.
Las explicaciones más sofisticadas quedaron para Mark Shields, un antiguo superintendente de Scotland Yard ahora al frente de un grupo de homicios en Kingston. «Bob era un hombre grande, por tanto ha sido necesario aplicar mucha fuerza para reducirlo y estrangularlo», explicó en rueda de prensa. El entrenador dejó entrar a su asesino o asesinos -nada se descarta por ahora- a su habitación. Los conocía. No se han encontrado rastros de violencia en la puerta de acceso. Quizá algunas marcas muy pequeñas. No se ha echado en falta ninguna de las pertenencias de Woolmer. En el baño, además, se encontraron restos de vómito. Los análisis toxicológicos indicaran si, además de estrangulado, el entrenador fue envenenado, tesis que se empezó a manejar en cuanto la policía habló de «muerte sospechosa».
Pero, ¿quién quería matar a Bob Woolmer? Las vías de investigación son muchas. Las posibilidades, también. Woolmer estaba a apunto de publicar un libro en el que dejaba al descubierto algunos trapos sucios del mundo del cricket. Más factible parece la tesis de que la mafia que, al parecer, controla las apuestas, se deshiciera de él. ¿Acaso habían amañado algún partido y el entrenador les falló? Puros rumores, pero todo se investiga.
Todos los jugadores y el personal de la selección de Pakistán, que hoy abandona Kingston rumbo a su país, ha sido interrogado. Ninguno detenido. Todos parecen inocentes.
Una de las claves de la investigación se encuentra, con casi total seguridad, en las imágenes grabadas por las cámaras de circuito cerrado del hotel. Quizá entonces se pueda determinar quién acompañó a Woolmer a su habitación y qué persona o personas entraron allí entre las 20.30 horas del sábadpo y las 10.45 horas del domingo.
«En este punto de la investigación, lo que debemos averiguar y si de alguna manera ha sido alguien vinculado a él, porque claramente Woolmer dejó entrar a esa persona o personas en su habitación. Las conocía», afirmó Shields. Mientras los responsables internacionales del mundo del cricket han decidido que la competición continúe «porque ningún crimen cobarde» debe pararla, el presidente paquistaní, Pervez Musharraf, dijo que «el país siempre estará en deuda con un hombre que ha estado al servicio del país y que permanecerá en el corazón de todos los ciudadanos».