Luego, le he ido frecuentando por ahí, en las fiestas oficiales y en las fiestas no oficiales, y él siempre trae un nuevo peinado o despeinado, una gorra o zapato fashion, una timidez de pianista y la sombra entredorada de Arantxa de Benito, que es su mujer, y que dejó de ser colchonera por amor. No comparto las críticas que se hacen a sus atrevimientos atuendarios porque de entrada, me joden los ortodoxos, y porque los futbolistas, como las estrellas del rock o del pop, tienen la ventaja, por oficio, de vestir como les venga en gana. Los toreros, por oficio, visten todos como guaperillas de anuncio de El Corte Inglés, que es un coñazo, y sin embargo al gentío le parece que van estupendos. Hasta les meten en las listas de los más elegantes, cuando no sé cómo puede distinguirse a un elegante entre otros que van vestidos igual que él. Quiero decir con todo esto que Guti es un raro, un exótico, un distinto, y que esta rareza o exotismo le ha valido una indiferencia, o desdén, incluso, en las gradas y en las tertulias, cuando es un tío que nos ha levantado a los madridistas partidos imposibles a última hora y ha puesto una figura de color e imaginación en los cócteles, donde ellos van siempre de maniquíes de Cortefiel y ellas de Nochevieja en el Casino, salvo Paulina Rubio y Elsa Pataki, que van siempre desnudas, sólo que cada una a su manera. Como futbolista, Guti es de la estirpe mágica de los grandes zurdos, y como hombre es un promotor de tendencias que nadie sigue. Ahora mete voluntad al centro del campo, como si fuera el brasileño que nos falta. Si mañana flojea un delantero, va y cumple. Todos esos méritos los ha pagado a menudo en el banquillo. Ha jugado de todo, menos de Casillas. Guti es el fichaje pendiente del Madrid. Y quizá así se retire. Nos vuelve a hacer falta de titular. Y luego que siga dando ejemplo disidente de trapos locos en las fiestas donde se pide etiqueta de señoritismo vip.