DAVID SEATON
WASHINGTON SE TAMBALEA. Estados Unidos es todavía un poder hegemónico, pero se está viniendo abajo, y no por culpa de una potencia extranjera o de una ideología ajena, sino que se está derrotando él mismo
Hemos anotado en rojo el cuarto aniversario de la invasión de Irak o, quizá con mayor propiedad, de la muerte y transfiguración de Irak. Un estudio de la revista médica británica The Lancet sitúa el coste en términos de muertes entre una cifra posible de 392.000, tirando por lo bajo, y otra de 943.000, tirando por lo alto. Según el Alto Comisario de Naciones Unidas para los Refugiados, alrededor de dos millones de iraquíes han huido del país y se calcula que hay otros casi dos millones de personas desplazadas en el interior, expulsadas de sus hogares y de sus barrios por la ocupación estadounidense y la guerra civil que ha desencadenado.
Resulta que este aniversario coincide con el estallido de la burbuja del sector inmobiliario en Estados Unidos, lo que puede causar una reacción de impagos en cadena con efectos generalizados en todo el mundo; lo que Wolfgang Munchau, columnista de The Financial Times, denomina con cierta ironía «una reevaluación global del precio del riesgo».
Jim Rodgers, cofundador del legendario Quantum Fund junto con George Soros, ha declarado a la agencia de noticias Reuters que «no se puede imaginar lo mal que van a ir las cosas hasta que lleguen a ir un poco mejor. Éste es el fin de la fiesta de la liquidez; se van a producir impagos generalizados. Algunos mercados emergentes van a caer un 80%; otros van a caer un 50%. Lo más probable es que algunos otros se hundan». Lo ha dicho Rodgers.
Un mundo organizado en torno al liderazgo de Estados Unidos ha tenido como pilares la economía norteamericana (en peligro por el estallido de la burbuja inmobiliaria), su capacidad militar (devaluada en Irak), el prestigio de su democracia y su defensa de los Derechos Humanos (devaluados en Irak y Guantánamo) y la calidad de sus cuadros de dirección (devaluada por la crisis del huracán Katrina en 2005).
Como dijo el presidente del Partido Demócrata, Howard Dean, en relación con el Katrina, «con independencia de que Estados Unidos le cayera a uno bien o no, lo único de lo que los norteamericanos y todo el resto del mundo habían estado siempre convencidos era de que los norteamericanos eran los mejores gestores del mundo, y con todo lo que hemos visto en televisión resulta que eso no es verdad».
El que tantos pilares del poder de EEUU se hayan tambaleado en un período tan corto de tiempo puede llevar a su vez a que se desestabilicen muchas relaciones de poder que se habían mantenido durante mucho tiempo, tal y como estamos viendo en América Latina. Durante décadas y décadas, en todo el mundo y no sólo en América del Sur, las clases dirigentes de muchos países han mirado tradicionalmente a EEUU como a una especie de San Judas Tadeo con portaaviones; su protector, en último término, frente a la cólera de sus propios conciudadanos. En cierto sentido, EEUU es todavía un poder hegemónico: ningún país o combinación de países ha conseguido jamás derrotarlos. Estados Unidos no está viniéndose abajo por culpa de una potencia extranjera o de una ideología ajena... Estados Unidos tiene la satisfacción de ser él el que se está derrotando a sí mismo.
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