El experimento del largo tira y afloja con el régimen de Ahmadineyad, aunque, de momento, sin éxito, ha servido de ensayo de lo que será la política exterior europea, que sobrevive a la falta de medios y competencias, a las reticencias británicas y a las suspicacias de los países del Este. Un ministro actuará con mandatos de los estados más afectados en cada área, como sucedió con la negociación iraní, cuando Solana trataba, en particular, con Reino Unido, Francia y Alemania.

«La UE a veces se siente orgullosa de cosas de las que no debería estar tanto, como el supuesto contrapeso a EEUU, y se olvida de lo que está realmente haciendo... El dossier de Irán e incluso las relaciones con Rusia muestran que ahora hay una visión estratégica. Congo o Kosovo prueban que ya existe una política exterior, aunque le falten los instrumentos», explica Constanze Stelzenmüller, directora en Berlín del German Marshall Fund. Los medios son los que le hubiera dado la Constitución y los que, se supone, tendrá con el nuevo Tratado, es decir, más fondos concentrados en una sola persona que presida siempre el Consejo de ministros de Exteriores.

Más allá de las tímidas declaraciones sobre las crisis mundiales (la especialidad europea es «acoger con satisfacción» o «expresar preocupación»), la UE ha expandido sus operaciones, con una decena en funcionamiento este año, desde el control fronterizo de Rafah, en Gaza, hasta sus militares en Bosnia o Congo. Ahora, prepara su gran despliegue, con más de 1.300 policías, jueces y agentes aduaneros en Kosovo, que pasará este año del manto protector de la ONU al de la UE.

Estados Unidos, según Stelzenmüller, aplaude estos avances «en contra del cliché», porque una Europa desunida le crea más problemas y es menos influenciable. «La UE tiene más amigos en EEUU de lo que la gente cree», asegura. Pero la Administración Bush, como la de Clinton, se resiste a las operaciones militares europeas que prescindan de la OTAN y anima a la UE a que dé, en lugar de soldados, asistencia civil y dinero.

Condi aún hace ronda de llamadas y visitas para entender la posición de Europa, pero, al menos, ya tiene un número en Bruselas que marcar, como pedía Henry Kissinger. «Si Europa tiene política exterior, me gustaría que alguien me diera su teléfono», se quejaba el secretario de Estado en los 70.

Ahora el listín de Europa oriental es el mayor obstáculo para la política exterior desde Bruselas, sobre todo cuando ni polacos ni checos entienden qué se les ha perdido en Oriente Medio o por qué la UE debe ser algo más que un mercado común de donde sacar fondos. «Al final, no conseguirán parar la evolución natural, porque la política exterior fuerte va en beneficio de todos, de los grandes y de los pequeños», asegura un diplomático francés.

Aunque la UE difícilmente logrará una política exterior como la de un país, al depender del complicado consenso de sus miembros, sí tiene intereses propios, que, como explica un alto diplomático europeo, «no son la mera suma de los de sus miembros». «Es un sistema donde el todo es mucho más que la suma de las partes...La peor consecuencia de la ampliación es que algunos de los nuevos no quieren que sea así, no les interesa», dice.

Una máquina imparable

En realidad, sólo Reino Unido y Francia tienen una política exterior global propia, entre otras cosas, por ser miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU. «Pero los británicos y los franceses han entendido que tu interés está mejor servido si lo haces a través de la UE», comenta el diplomático.

Alemania, partidaria de reforzar la voz única europea, presiona ahora para la aprobación de un Tratado antes de que los nuevos rebeldes y los viejos rezagados, como británicos y daneses, paralicen la integración. La creación de un Ministerio de Exteriores es uno de los principios de la Constitución que se respeta en todos los planes, sea el mini-Tratado que propone Nicolas Sarkozy o la esencia que pretende salvar Angela Merkel. La canciller apoya la creación de un servicio diplomático europeo y, en un futuro, incluso la formación de un Ejército común.

Pese a las rencillas de una Unión cada vez más amplia, la máquina ya es casi imparable y tal vez haga honor al título de la exposición de fotos inaugurada ayer en el Justus Lipsius, sede del Consejo de la UE: E la nave va. El barco avanza incluso sin timonel, como también recordaba la tragicomedia de Federico Fellini.

Se espera que la política exterior comunitaria termine algo mejor que aquella misión para esparcir las cenizas de una cantante de ópera en el Adriático que, en la película, se convierte en un surrealista incidente diplomático con el Imperio Austro-Húngaro de 1914.