LUCIA MÉNDEZ
El filósofo alemán Friedrich Nietzsche sitúa el origen de la «mala conciencia» del hombre en «los instintos que no encuentran un desahogo hacia fuera y se vuelven hacia dentro, contra sus propios poseedores». Los hombres inhiben estos instintos naturales y los almacenan en su conciencia, del mismo modo que el PP aprisiona en su interior la maldita Guerra de Irak. Sin desahogarla hacia afuera. Cuando alguien quita el tapón para desahogar esa «mala conciencia», como ha hecho esta semana el diputado Jaime Ignacio del Burgo, la organización se convulsiona.
En condiciones normales, la crítica de un parlamentario a lo que hizo Aznar en la guerra -hace cuatro años- no debería ser motivo de especial convulsión. El trauma se deriva precisamente de la «mala conciencia». Todos los dirigentes del PP piensan lo mismo que Del Burgo, hacen chistes del acento tejano de Aznar al lado de Bush, de los pies del ex presidente encima de la mesa del G-8. Todos creen que la foto de las Azores está en el origen de la desgracia electoral del PP. Pero no se permiten el lujo de desahogar ese instinto, con lo bien que les sentaría.
Y no lo hacen básicamente por dos motivos. El primero, porque la unidad interna en el PP es un principio sagrado. El segundo, por el miedo que aún a día de hoy sigue inspirando el ex presidente. Hay un tercero no menos impor-tante y son los antecedentes. A una persona-lidad tan principal como Rodrigo Rato la discrepancia sobre la Guerra de Irak le costó la sucesión, según interpretación generalizada dentro del partido. Por su veteranía y los ser-vicios prestados, a Jaime Ignacio del Burgo no le pasará nada por poner en tela de juicio las decisiones del altísimo, aunque ya veremos si al diputado Jesús López-Medel no le cuesta el escaño decir lo mismo. Esperemos que la sensatez de Mariano Rajoy impida esta venganza.
Tienen razón los dirigentes populares en que el PSOE utiliza la Guerra de Irak como fórmula para desviar la atención y también en que esa factura ya la pagaron en las urnas. El problema del PP no es el acoso de la izquierda -que está garantizado- sino esa manía de «volverse hacia dentro» como los instintos de Nietzsche. Esa pulsión de ser prisioneros de sí mismos y de su pasado inmediato. No es cierto que Aznar no les permita pasar página. Son ellos los que se autocensuran y autolimitan.
Cuentan que el ex presidente no tiene ni pizca de «mala conciencia» por haber viajado a las Azores. Es bastante natural porque tampoco habla con nadie que no le dé la razón. Llama la atención su larga melena, eso sí, aunque nada tiene de particular que los grandes hombres se resistan a envejecer. Ahora se dedica, según dijo esta semana, «a la guerra de ideas, a luchar con los buenos para tratar de vencer a los malos».
Sentirse del lado del bien para vencer al mal tiene que reconfortar mucho. Pero la política no es una ópera de Verdi ni un drama de Calderón, y los que dirigen el PP podrían permitirse un desahogo de vez en cuando.
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