También hay que decir que Valle-Inclán ha caído últimamente en olvidos penosos que se manifiestan juntamente con la crisis teatral del teatro europeo, que entregó sus últimos hallazgos y vanguardias con el teatro del absurdo, el teatro histórico y otras novedades. En este sentido el nombre de Don Ramón María no es sólo una señal de guerra sino una guerra en vivo como él la promovió y la vivió hasta la muerte. Valle-Inclán, con su palabra bella y violenta, con su fuerza escénica, con su invención atroz, fue por sí solo una revolución de la escena europea.

Valle principia aclarando el paisaje teatral de su tiempo. El realismo de Galdós, el retoricismo de Benavente, el historicismo de Marquina, el preciosismo de Casona y todo eso lo desacredita nuestro autor mediante su presencia escénica, tan violenta, y su mera escritura simbolista, modernista, bárbara y lírica, perseguida siempre por las manías de Baroja, que llegó a decir: «Valle-Inclán cree que el estilo es escribir dátiles por dedos». Este retoricismo fácil no ha podido nada contra el dios galaico tan valorado en toda Europa y precisamente en Alemania, donde mejor se le ha representado.

Así, una guerra que tiene por capitán a Valle es una guerra ganada, una batalla destrozona que nos devuelve a nuestro mejor teatro clásico, porque Don Ramón se pone en pie, con este concurso, tanto para reencender viejas hogueras españolas como para salvarse a sí mismo de la gloria convencional y del academicismo, que fue otra de sus contiendas bárbaras. La profusión creadora del maestro, sólo secundada por García Lorca, tiene su paradoja en Valle, Juan Ramón Jiménez y otros cuando le dicen al granadino que todo su teatro acabará pasando por el público español:

- Sí, pero me temo que pasen de uno en uno- ironiza Federico.

En lo que va de este siglo han podido más las vanguardias europeas y norteamericanas que ninguna otra cosa. Todavía vemos cómo nuestro teatro se debilita y sus excepciones no llegan a tener carácter de vanguardia. El Cultural pretende remediar todo eso y su primer acierto es invocar la palabra mágica y violenta del que fue quizá el mayor escritor en castellano del siglo XX. A ver si esta fuerte aventura literaria sale adelante con sus divinas palabras, con sus sonatas temblorosas de inspiración, con su resplandor de hogueras lampasando el escenario, con sus hermosos segundones y sus retablos, con todo el bagaje fabuloso de luces y bohemia. El nombre de Valle no equivale a la mención de un olvido sino de una recobrada presencia. Baroja no está olvidado pero los «dátiles» de Valle-Inclán tampoco.