MARÇAL SINTES
La pregunta primera es obvia: ¿Por qué estos señores, estos empresarios, que hacía más de un cuarto de siglo que no se metían así en política han decidido hacerlo ahora? La sorpresa entre los observadores de la política catalana viene siendo mayúscula desde que se anunció el acto reivindicativo sobre el aeropuerto de El Prat del jueves en la sede del IESE. La seriedad y, sobre todo, la exhibición de fuerza con que se saldó la convocatoria -una manifestación con corbatas-, refuerzan más aún la esperanza de que tal vez, sólo tal vez, estemos asistiendo al nacimiento de algo de verdadero calado.
Una posible explicación es esta: las cosas en el terreno político están tan mal que no han podido seguir rehuyendo los focos y concentrándose en sus empresas y negocios. En el ámbito español, PP y PSOE se azotan sañudamente. Rajoy sigue intentando ahogar a Zapatero, y éste se defiende dando manotazos desesperados.Unos hace mucho que abandonaron las formas, los otros las han acabado perdiendo. El espectáculo es grotesco y sobrecogedoramente trágico. En la política catalana reina la depresión. Faltan ideas y falta liderato. El ánimo político, realmente bajo; muy agotado y magullado tras tanta tormenta. Por si fuera poco, el Estatuto catalán sigue en el cadalso, a la espera que el Constitucional le aseste el golpe final.
El jueves al mediodía puede que, mientras el profesor Mas-Colell se dirigía a los congregados, Salvador Alemany, de Abertis, rememorara con disgusto lo ocurrido hace un año, en el tramo final de la negociación del Estatuto, con El Prat. Zapatero llegó a ofrecer los aeropuertos pequeños (Girona, Reus y Sabadell, que no están declarados de interés general) y compartir con Cataluña un futuro consorcio para gestionar El Prat. Pero Mas lo rechazó, pues perseguía que El Prat fuera traspasado en las mismas condiciones que los otros. Como le debe ocurrir a Alemany, algunos en CiU lamentan no haber aceptado la oferta, el pájaro en mano. «Teníamos que haber cogido lo que nos daban, por lo menos tendríamos Girona, Reus y Sabadell y estaríamos metidos, vía consorcio, en la gestión de El Prat», dicen. Otros siguen manteniendo que aceptarlo habría sido un error por lo que tenía de cesión y apuntan que es con actos como el celebrado el jueves que Cataluña conseguirá El Prat.
Lo del IESE puede ser leído, en definitiva, como una protesta contra los políticos. Especialmente contra el gobierno español, que somete a El Prat a un modelo centralista y obsoleto, impidiéndole competir en igualdad de condiciones. Constituye también un toque de atención a Montilla y su gobierno para empujarles a defender los intereses de Cataluña como es su obligación. Dicen que cuando el presidente Montilla se enteró de lo que preparaban la Cámara de Comercio, Fomento del Trabajo, el RACC y el IESE no se lo tomó nada bien. Dicen también que, en cambio, Pujol ha comentado en las últimas horas: «¡Ojalá a mí me hubieran montado un acto como el que han montado en el IESE!». Dos reacciones que son fruto de dos actitudes distintas. Pujol sabía que defender los intereses y la identidad de Cataluña supone tensión y negociación permanentes con el Estado. El tripartito catalán pretende a toda costa evitar cualquier confrontación. Y cuando, pese a todo, se produce, bien la niega, bien asegura que no reviste importancia ninguna.
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