Al llegar a la mole imponente del Teatro Metropolitano José Gutiérrez Gómez, los Reyes pudieron leer, si se fijaron, el cartelito que sigue: «No compre boletos a los revendedores». Pero no es probable que lo hicieran (lo de leer el cartel, entiéndase; de lo de comprar en la reventa, es seguro que no).
Tampoco tuvieron tiempo -les esperaba mucha gente importante- de platicar con el sargento Molina, otra mole imponente, perteneciente al cuerpo de la Guardia Montada de los Carabineros de Colombia, que, con el pistolón al cincho y un inquietante pittbull de la Brigada Canina antibombas, le decía al confundido cronista: «Tranquilo, señor, éste, hasta que yo no le dé la orden, ni cosquillas hace. Ahora: si yo le doy la orden, ya puede usted decirle adiós a todo lo de la vida». Una nueva versión del humor y la hospitalidad. Casi nada en Medellín es como en otros sitios.
La mañana solemne de la Gramática Panhispánica y de las Academias de la Lengua había empezado bañada en flapigozos, que es como los niños de Medellín reunidos en el Congresito de la Lengua llaman a «la expresión de felicidad y gozo». También hubo murmulencios, o sea, murmullos entre el silencio solemne y castrense, y los antioqueños estaban güetes, que para los niños de Medellín es como decir «contentos con algo».
La cosa es que los flapigozos estallaron cuando los Reyes llegaron al Metropolitano, en medio del ultramoderno complejo Plaza Mayor, y la orquesta de jóvenes perteneciente a la Red de Escuelas de Música -formada por adolescentes de los barrios calientes de Medellín bajo el lema favorito del alcalde Fajardo, «el niño que coge un violín no cogerá una pistola»- arrancó a tocar música militar bajo la crueldad del sol y de la humedad, pero todo era tan chévere que nada les importaba. Ni siquiera las miradas escrutadoras de los cientos de policías y militares que rodeaban a la orquesta, y que desde primeras horas de la mañana habían tomado la plaza, como parte de un impresionante dispositivo de seguridad formado por más de 7.000 agentes.
Pese a todas las informaciones de la prensa local que aseguraban que habían pernoctado en la suite presidencial del hotel Intercontinental, los Reyes habían dormido la noche anterior en la inmensa finca que el presidente colombiano, doctor Alvaro Uribe, posee en las afueras de la capital de Antioquia. Ahí pasarán también la jornada de hoy, domingo, en compañía de Uribe y de su esposa, Lina María Moreno de Uribe.
Los Reyes llegaron al Metropolitano, incrustado en el ultramoderno complejo Plaza Mayor -una de las estrellas del proceso de rehabilitación urbanística, social y cultural puesto en pie hace cuatro años por el alcalde Fajardo- y fueron recibidos por el gobernador del departamento de Antioquia, Aníbal Gaviria, y por el alcalde Sergio Fajardo. Por cierto, uno de los mayores centros de expectación entre la alta sociedad antioqueña de cara al acto oficial de ayer era comprobar si el díscolo Fajardo, un tipo de 52 años con aspecto juvenil y que siempre luce vaqueros sin cinturón y camisa desabrochada, se iba a dignar ponerse traje y corbata. La víspera había recibido a los Reyes y al presidente Uribe en la base aérea de Rionegro sin la dichosa prendita que todo lo puede. Pero ayer sí que se la puso, y volvió a ser una de las estrellas del día.
De hecho, antes de su presencia en la clausura del XIII Congreso de la Asociación de Academias de la Lengua Española, Don Juan Carlos y Doña Sofía habían inaugurado una de las obras clave erigidas bajo el mandato de Fajardo: el Parque-Biblioteca España, en la comunidad de Santo Domingo Savio, uno de los focos más desfavorecidos de Medellín. Fue la manera de dar un reconocimiento implícito al lavado de cara actualmente en marcha en esta ciudad, y que posteriormente recogería el Rey cuando sentó la pucha (cuando tomó la palabra): «Este Congreso ha servido», dijo, «para estimular el proceso de revitalización cultural y de apertura de la ciudad de Medellín, que ha actualizado su trasfondo cultural e histórico». Que los Reyes inauguraran esa biblioteca era un embeleco (capricho) personal de Fajardo.
Lo que no vieron los Reyes en esta ciudad en la que los debates sobre las necesidades básicas no son precisamente en torno a la lengua ni a la gramática, fue el bosque de sombras que sigue vegetando en esta ciudad sin par. Las legiones de esnifadores de pegamento y de bazuco que vegetan en San Juan con la Avenida Regional, junto al río Medellín y cerca del sector financiero de La Alpujarra, no vieron a los Reyes ni al presidente Uribe, como ayer se esforzaba en recoger en sus páginas el rotativo El Mundo de Medellín.
No se enteraron los zombies del bazuco de la nueva gramática, ni vieron la turbamulta ilustre de académicos con sus medallas, políticos con sus aires solemnes, periodistas con sus prisas y escritores con sus bostezos. Tampoco es probable que pisen nunca las relucientes joyas arquitectónicas de Plaza Mayor. Viven en la tristesinra permanente, que es como los niños de Medellín llaman a la tristeza como modo de vida.