Sólo en cuatro ocasiones ha saltado José Luis Gómez al escenario de su teatro, La Abadía, después de 15 años radicado en el teatro del barrio de Argüelles. Así lo subraya el propio actor, director, productor y gestor teatral, para recordar que su última aparición sobre las tablas (Play Strindberg, motivo de su candidatura al primer Premio Valle-Inclán) no es un proyecto como otro cualquiera.
Pregunta.- ¿Recuerda su primer contacto con los textos de La danza macabra [origen de Play Strindberg de August Strindberg] y de Play Strindberg [reescritura de la anterior a cargo de Friedrich Dürrenmatt]?
Respuesta.- He visto muchas veces las dos obras. Las primeras ocasiones fueron durante los años que yo denomino de vagabundeo y aprendizaje, en Alemania. Allí, La danza macabra es una de esas obras que están en repertorio. Y también recuerdo dos versiones, al menos, de Play Strindberg.
P.- ¿Y ya pensaba que estaría bien trabajar con esos textos?
R.- Cada vez que me encontré con cualquiera de las dos obras me quedé clavado en la butaca por los textos. Pero no por las soluciones escénicas. Siempre percibí que faltaba algo en las representaciones, que había una dimensión relacionada con el humor. Muchos años después, a raíz del deseo recíproco de Nuria Espert y mío de trabajar juntos, empezamos a pensar en qué obra podía propiciar ese trabajo en común. Y en seguida apareció Play Strindberg. Después, cuando reclutamos a Lauvadant [Claude Lauvadant, director del Teatro del Odeón de París y de la versión], ya le comentamos que queríamos sacar partido a ese humor tan especial y tan ácido que intuíamos en la obra.
P.- El personal, por tanto, estaba antes que el texto.
R.- Sí. El origen de este Play Strindberg está en una constelación artística potente que surge de la unión de tres actores. Escogimos la obra y escogimos Laudavant porque no podíamos conformarnos con menos que un director extraordinariamente competente. Y él lo es. Como media una relación de amistad gracias a la Unión Teatral Europea, pudimos atraerle al proyecto.
P.- ¿Cuál fue su aportación?
R.- Él no es un director que imponga. Simplemente impulsa a que los actores improvisen, ve las posibilidades que se abren, selecciona, hace pequeñas correcciones... Con los ensayos, fue apareciendo cierta dimensión de thriller policiaco. Otra dimensión que estuvo clara desde el principio fue la de la calidad del texto y la responsabilidad que eso suponía a la hora de comportarse y de actuar.
P.- ¿Y eso de trabajar con dos actores directores?
R.- Eso suele ser motivo de confusión. Un buen director sabe que su función es estimular al actor a que se ponga al servicio del texto. Cuando un actor tiene experiencia en la dirección tiene aún más claro cuál es su responsabilidad. No hubo en los ensayos ni una sola disputa.
P.- ¿Qué satisfacción le queda de Play Strindberg?
R.- Personalmente, creo que llego al papel en un periodo de madurez artística, aunque estoy convencido de que aún tengo mucho que aprender. Creo que estoy en posesión de más recursos actorales que nunca y que eso me ha servido para hacer un trabajo bien acabado.
P.- ¿Y como productor?
R.- La satisfacción de traer a La Abadía a dos actores [por Espert y Lluís Homar] y a un director que son un honor para cualquier teatro.