Lavapiés protesta. Y lo hace de forma diferente. Los problemas que denuncian sus vecinos se parecen a los padecidos por otros barrios del centro: inseguridad, trapicheo de droga en plena calle, basura y deterioro. Lo que varía es la forma que tienen de hacérselo ver a los políticos y a la ciudadanía.
Donde en otros lares se tira de pancarta, lemas rimbombantes y cacerolas, en el castizo Lavapiés se ha hecho uso de la imaginación, dando lugar a una protesta «lúdico festiva». Ayer, minutos antes de que comenzara la concentración ciudadana en la plaza del barrio, la gente ya hacía cola frente a un mapa junto al puesto Lavapiés No Pasa, el colectivo de vecinos que organizó todo.
Parecía que daban algo, pero al contrario: lo pedían. Querían que todos los vecinos dieran cuenta de los incidentes sufridos a las puertas de sus casas haciendo uso de los colores. Si un empresario quería denunciar que frente a su negocio se amontonanbasura y restos de orina, escribía su dirección en una etiqueta adhesiva verde. Los post-it azules eran los elegidos para señalar los puntos de venta de droga, mientras que los naranjas dejaban constancia de los lugares donde eran habituales las agresiones.
Finalmente, el rojo servía para que una chica pudiera denunciar la esquina exacta donde le robaron el bolso el pasado sábado. Luego, cada calle señalada en las etiquetas era marcada en un mapa de Lavapiés con un alfiler del mismo color que el papel, quedando una visión perfecta de los lugares más conflictivos y problemáticos.
«El lunes, cuando el mapa esté listo, lo llevaremos al Pleno del Ayuntamiento para dárselo a Luis Asúa, el concejal del distrito Centro. Así no nos volverán a decir que exageramos», aseguraba Juan Fernández, el portavoz de Lavapiés No Pasa. Hablaba sin disimular el ajetreo que le provocaba supervisar cada detalle de la protesta, organizada por no más de 30 personas.
«Empezamos a prepararlo en agosto, y todo ha sido pagado de nuestros bolsillos. Por eso me comía las uñas cuando llegaba la tarde y no había ni un alma», comentaba este almeriense de nacimiento que no se corta en mostrar su amor por su barrio adoptivo. Sus temores eran infundados. Conforme uno de los vecinos subió al escenario recién montado y se puso a tocar su teclado eléctrico, la plaza se abarrotó.
Los asistentes, unas 300 personas, reflejaban perfectamente los tópicos que se suelen utilizar a costa de Lavapiés cuando se le llama «crisol de culturas» o «barrio ecléctico». Había jóvenes a la última, con las zapatillas deportivas que por parecer desgastadas les habían costado 100 euros. Pasa a la página 2
Codo a codo con ellos, abuelos dandis de los que no se separan de la corbata y el pantalón de pinzas ni los sábados por la tarde. Algunos otros, simplemente querían establecer la moda de llevar sombrero de cuero negro.
Mientras sobre el escenario se leía la carta enviada por la directora de cine y vecina del barrio Icíar Bollaín, dos primas de corta edad se entretenían poniendo su cabeza al servicio de un cartel que las transformaba, en un disparo de foto, en chulapas de traje rosa.
Pero no todo era del color del traje. Una indigente que en un principio ocultaba su estado de embriaguez vendiendo pendientes la tomó con los organizadores cuando perdió la bolsa que los guardaba. Tuvo que ser bajada cuatro veces del escenario hasta que finalmente entró en razón. Al margen se mantenían varios ciudadanos de raza negra que aprovechaban la música para bailar junto a un colchón que les servía de asiento cuando se cansaban o les entraban ganas de darle a la litrona.
La cerveza también le gustaba a otro mendigo, que a cada mujer que pasaba le soltaba un «oiga, yo soy de Santiago de Cuba». Para los hombres, sin embargo, era «de la Habana Vieja». Se fue cuando una mujer no dejaba de defenderse a voz en cuello de un tipo que le quería coger comida de su bolsa.
Mensajes por Internet
Lo que pasaba en las esquinas de las plazas no frenaba la lectura de varios mensajes enviados por los vecinos al blog de la organización. En ellos se reflejaba que las protestas no iban dirigidas a ninguna raza o colectivo. «Aquí no sobra nadie, lo único que está de más son las actitudes incívicas», se recordaba una y otra vez desde el escenario.
Conforme nacía la última noche con horario de invierno del presente curso, una pareja comenzó a limpiar el suelo con cubo y fregona. Querían simbolizar lo mucho que se echa de menos a los servicios de limpieza en la zona. Entonces, para no acabar el acto con una crítica más o menos velada, le tocó el turno a Manuel. Y cantante de ópera como es, con su gran voz logró que todo finalizara entre aplausos.