RUBÉN AMON. Corresponsal
PARIS.-
Las presidenciales de 2002 demostraban que el 10% de los franceses eran trotskistas. Sin contar los votantes del Partido Comunista (3,37% del sufragio), los verdes (5,25%), los radicales (2,32%) y otras suertes de grupos de izquierda que provocaron la catástrofe de Lionel Jospin al frente del Partido Socialista (16,18% de las papeletas).
Ha cundido el escarmiento y el trauma del canibalismo. De hecho, las encuestas relativas a los comicios de primavera (22 de abril/6 de mayo) relativizan el peso de la extrema izquierda a un espacio anecdótico. Los partidos trotskistas de Besancenot (Liga Comunista Revolucionaria) y Arlette Laguiller (Lucha Obrera) suman ahora la mitad de cuanto acumularon hace cinco años, mientras que los comunistas históricos retroceden en menor proporción (3%) de lo que van a hacerlo los Verdes. Su líder, Dominique Voynet, tiene cuatro semanas para remontar una intención de voto testimonial (1%), mientras la candidatura antiglobalizadora de José Bové maneja unas expectativas del 2%.
¿Qué fue de la extrema izquierda francesa? Quizá hay que preguntarse si el 10% de los franceses eran en verdad incondicionales de Trotski. Cuesta trabajo creerlo. Parece más verosímil juzgar que las siglas revolucionarias alojaban papeletas del cabreo, la desidia y el antisistema.
Cinco años después, ha cundido en el electorado la sensibilidad al voto útil. No sólo por la concentración del juego en tres grandes candidatos -Sarkozy, Ségolène y Bayrou suman el 70% de las expectativas-. También porque la aparición sorpresa del propio Bayrou (UDF) se ha convertido en una alternativa antisistema sin invocar consignas lepenistas, ni desempolvar la guillotina ni evocar la nostalgia de la hoz y del martillo.
El líder centrista proviene de un esquema gaullista y moderado, pero sus críticas al reparto del poder en clanes y su llamada a la imparcialidad del Estado han logrado cultivar la inquietud de los votantes desencantados del PS y de muchos otros franceses que aspiran a destronar los vicios de la clase senatorial.
Madame Royal tiene a su favor el mérito de haberse acercado a los votantes del ámbito ecologista y de haber aglutinado una candidatura sólida frente a Sarko, pero dispone de buenas razones para temer el desperdicio de papeletas de izquierda.
El riesgo parece menor que en 2002. Otra cuestión es que los votos que puedan arañarle Bové o cualquier otro traidor a la causa colectiva le resulten necesarios para cruzar el umbral del segundo turno. Especialmente teniendo en cuenta que la izquierda francesa, en su conjunto, no había sido tan débil en 40 años, según un sondeo publicado en Le Figaro. Cuestión de números: Sarkozy más Bayrou más Le Pen representan cerca del 63% del mapa electoral.
El escenario amenaza las expectativas de Royal. También lo hace de manera simbólica el hecho de que tres de sus pequeñas rivales sean mujeres. Arlette Laguiller disputa su sexta campaña presidencial, Marie-George Buffet promueve la resurrección comunista y Dominique Voynet debuta como aspirante verde. Es decir, que muchos votantes de izquierda no interpretan como una novedad el hecho de que una mujer aspire al trono del Elíseo.
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