Cuando Keiko Sofía Fujimori ofrece la mejilla para que el periodista se la bese, además de hacerlo dan ganas de regalarle una golosina. La congresista más popular de Perú recibe a su huésped en una habitación ordenada y pulcra semejante a la sala de bordar de una niña buena de las de antes. En el Japón de sus ancestros hubiera sido una geisha perfecta, pero en la turbulenta patria de los incas, Keiko es una samurai de 29 años que defiende con uñas y dientes la reputación de papaíto Alberto Fujimori, el controvertido ex presidente de Perú.
Pregunta.- En las últimas elecciones usted obtuvo más de un millón de votos. Con ese capital fácilmente podría aspirar a la Presidencia...
Respuesta.- No tengo claro cuales serán mis planes para entonces. Entré en la política por mandato de mi padre, que está impedido de hacerlo. El apoyo que recibí es [...] el reconocimiento a la obra del fujimorismo. Durante su mandato, mi padre derrotó a los terroristas de Sendero Luminoso e hizo entrar a Perú en la economía mundial. Con esos méritos, si hubiera podido participar en las elecciones, hubiera arrasado.
P.- Usted es una mujer que no tuvo juventud. A los 19 años su padre la designó primera dama...
R.- En efecto, después de su divorcio tuve que desempeñar esa función. Todavía recuerdo el día de mi debut: fue durante la Cumbre de las Américas, con Bill Clinton haciendo de anfitrión. [...] Al final Hillary preguntó: «¿Alguna tiene algo más que decir?» No se de dónde saqué el coraje para levantar el dedito. Con los pies temblorosos, como si fueran de lana, diserté sobre la situación de los jóvenes en América ante esas señoras que me doblaban en edad.
P.- Usted insiste en cargar todos los males de la llamada década fujimorista -corrupción, secuestros, asesinatos- sobre los hombros de Vladimiro Montesinos, el ex jefe del Servicio Secreto. Pero su padre al menos debía conocer todo aquello...
R.- En su momento yo le advertí a papá que se cuidara de Montesinos, pero él descartaba mis advertencias, diciendo que los atropellos que se le atribuían a ese señor eran parte de una campaña de desprestigio. Cuando saltó el escándalo de los vídeos [que mostraban a Vladimiro ofreciendo coimas a ciertos congresistas], papá disolvió el Servicio Secreto y se alejó del personaje. Pero ya era demasiado tarde.
P.- ¿Es cierto que usted se enfrentó cara a cara con Montesinos?
R.- Fue después de que un matrimonio viniera a mi oficina a denunciar que era objeto de un chantaje. Le dije: «Mire Vladimiro, esto y esto es lo que se dice de usted». Él respondió que no tenía tiempo para menudencias. Le acusé de estar actuando como una mala persona.
P.- Abandonó la vida apacible que tenía en EEUU junto a su marido para entrar a un ruedo colmado de toros de lidia...
R.- La detención de mi padre en Chile determinó que la alianza fujimorista me incluyese en la nómina. Pero incluso antes, yo siempre tuve claro que volvería a Perú.
P.- En Latinoamérica se perfilan dos bloques: el de los países hostiles a EEUU y el de aquéllos que, como Chile y Colombia, están más cercanos a Washington..
R.- Así como usted lo plantea, al de Chile y Colombia, por los avances que han logrado en el terreno económico y social. Desde el Congreso yo he animado al presidente Alan García a que firme un tratado de libre comercio con EEUU, que daría una ventajosa salida a nuestras exportaciones. Junto con esto hay que profundizar en la política de justicia social, porque no queremos enormes diferencias entre ricos y pobres.
P.- Gracias a esas diferencias, Ollanta Humala obtuvo el voto de las regiones más apartadas. El mismo Ollanta exige que Alberto Fujimori sea procesado en Lima.
R.- El reclamo de nuestros hermanos de la Amazonia y de la Sierra debe ser atendido con grandes inversiones, no con proclamas incendiarias. Como militar, Humala juró lealtad a mi padre. Luego intentó derrocarlo mediante un golpe de mano. Ahora se adorna con la toga de un juez. ¿A dónde quiere llegar?