Domingo, 25 de marzo de 2007. Año: XVIII. Numero: 6307.
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Crónica de un homenaje incompleto
CARMEN RIGALT

La ausencia de la Familia Real en el acto que se le dedicó a Sabino Fernández Campo fue demasiado obvia /

Sus últimos días en el Palacio de La Zarzuela fueron difíciles / Al entonces jefe de la Casa le inmolaron adelantando su salida

Para unos fue el general Fernández Campo. Para otros, el jefe de la Casa del Rey. Cela solía llamarlo Conde de Latores, título que le fue concedido tras abandonar Zarzuela, pero todo el mundo lo conoce por Sabino a secas, un nombre que trasciende las estrellas militares y los honores aristocráticos. Los personajes únicos sólo necesitan el nombre de pila. Las coletillas aportan información, pero quitan rotundidad. A Sabino no hay que explicarlo, de ahí que cuando se propagó la noticia de su homenaje nadie preguntara por los motivos. Estaban cantados.

El acto no fue lo que se esperaba. Una vez más, las ausencias eran más elocuentes que las presencias. «Los Reyes no asisten a homenajes privados», se nos dijo a los periodistas. La razón apenas convenció. Cuando los Reyes quieren, acuden privadamente a muchas celebraciones. Y cuando quieren pero no pueden, delegan su representación en algún miembro de la familia (una vez al año, una Infanta no hace daño). Pero la noche del homenaje a Sabino, a la ausencia del Rey y la Reina hubo que sumar la de la familia al completo (hijos y nueras, hermanas, cuñados, tíos, primos y sobrinos). El mutis resultó demasiado obvio. Era como si una consigna tácita se hubiera extendido entre todos.

Los fantasmas del pasado planearon entre los asistentes. Muchos no se resistieron a comentarla. Los últimos días de Sabino en Zarzuela no se borrarán fácilmente. Eran tiempos difíciles. A todos los jefes de la Casa del Rey les ha caído algún marrón (que se lo pregunten a Fernando Almansa, que se inmoló poniendo fin al noviazgo del heredero con Eva Sannum). En el caso de Sabino, el marrón fue una sucesión de acontecimientos: las amistades peligrosas del Rey, los negocios, la corte paralela de Mallorca, los biógrafos, etcétera. Sabino obró en consecuencia, intentando reconducir la vida privada del Monarca. Se la jugó. Dicen que a Don Juan Carlos le molestó la pretensión del entonces jefe de la Casa, así como su fluida relación con la prensa. Sabino no se inmoló. A él lo inmolaron adelantando la fecha de su salida. No ha sido el único caso, pero sí el más sonado.

El pasado siempre vuelve. En la cena de homenaje a Sabino había mucho pasado concentrado. Nombres históricos, fisonomías desgastadas, fotos sepia que en su día fueron primera página de los periódicos. También gente de sociedad, derechona sociológica, damas bellamente perfumadas, visones nostálgicos. Primeros espadas de la política, pocos. Felipe González estaba en México. Aznar, en Australia; Zapatero, en Moncloa. Sólo Leopoldo Calvo-Sotelo hizo hueco en su agenda. Cerca de él, muy solicitados por los reporteros gráficos, posaban Fraga y Carrillo, el segundo notablemente mejor apuntalado que el primero. También ministros de distintas hornadas: Cristóbal Montoro, Luis González Seara, Carmela García Moreno, Rodolfo Martín Villa, Otero Novas, Calvo Ortega (las bolsas no le han ido a más, sino a menos), Fernando Suárez, Enrique Múgica, Eduardo Serra, etcétera). Y Suárez Illana, memoria vivísima del padre ausente.

Fue la noche de los ex. Viejas fisonomías causaban quebraderos de cabeza entre el personal. Era una prueba difícil para los desmemoriados, que se pasaron la noche tirando de la punta de la lengua. Algunos confundían a Jiménez de Parga (ex presidente del Tribunal Constitucional) con Jiménez de Quesada (ex de más cosas y más siglos). Los del pesoe (Txiqui Benegas, Rosa Conde) se daban calor entre sí. Plácido Arango y Cristina Macaya llegaban a la cena reencontrados (dentro de un orden) y bastante felices: pábulo para el colorín. Rita Barberá traía voz de pólvora reciente. Chutadísima estaba Esperanza Aguirre: el tiempo de las elecciones ya corre por sus venas. Cristina Alberdi hacía risas y pandilla con Paloma Segrelles (vaya par de gemelas). José María Cuevas parecía escapado de un cuento de Perrault (al ex presidente de la CEOE los años le han disminuido). Gabi Cisneros, en proceso de recuperación, era animado por sus amigos. El paseíllo no cesaba: Nicolás Redondo, Jorge Dezcallar, Anasagasti, Concha Sierra, Mingote, Luisa Fernanda Rudi. Sara Montiel, inmensa y plácida, recibía honores de diosa prehistórica.


Dos de casa tres eran asturianos

CARTA DEL REY. A los 89 años, lo que no emociona no vale la pena. Amorosamente custodiado por María Teresa Alvarez, Sabino hubo de reprimir la emoción cuando leyó públicamente la carta que le hizo llegar el Rey por medio de Alberto Aza. En ese momento se le atragantaron lágrimas y palabras. Pero si el Rey, desde su ausencia, arañó la fibra más sensible de Sabino Fernández Campo, Asturias, desde su caudalosa presencia, no digamos. Los asturianos hicieron patria y causa común junto al homenajeado. En Madrid, los asturianos van todos a una, y la noche del jueves aprovecharon la ocasión para demostrarlo. Asturianos fueron sus presentadores, Gonzalo Anes, director de la Real Academia de la Historia, y el economista Juan Velarde Fuertes, a quien días atrás un diario había matado involuntariamente publicando su esquela. Asturianos eran sus hijos y sus íntimos amigos. Y asturianas fueron también las notas de color. A saber: José Luis Balbín (él preside la corte de periodistas asturianos en la capital), Arturo Fernández (fiel a su sonrisa al bies y a sus aires de gallo de corral), Ramón Rato (el hermano simpático de Rodrigo, aunque yo suelo definirlos en dirección contraria: Rodrigo es el hermano simpático de Ramón). Gabino de Lorenzo, el alcalde de Oviedo; Miguel Cano, presidente del club de fútbol de la misma ciudad, Mari Paz Pondal, etcétera.

De cada tres personas, dos eran asturianas. Sólo faltaron la santina y Víctor Manuel. Sabino, que estaba muy emocionado, no podía disimular un aleteo de tristeza. Es la misma tristeza que se posó como un pájaro en su semblante el día que abandonó Zarzuela.

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