JULIO MIRAVALLS
El futuro es cosa muy cambiante, antes incluso de ser. Lo cual suena a paradoja muy apropiada para análisis filosóficos, pero es una evidencia irrefutable en cuestiones tecnológicas. El futuro no dejaba lugar al comienzo de los 90 para el viejo par de cobre del hilo telefónico, que quedaba claramente desbordado por las comunicaciones de datos. Era la pesadilla de las compañías telefónicas: tener que cambiar a fibra óptica millones de kilómetros de cable, poniendo las ciudades patas arriba. Entonces apareció el ADSL (Línea Digital Asíncrona) y resultó que bastaba con reemplazar las centralitas analógicas por otras digitales para resucitar a una nueva vida todo ese hilo de cobre convertido en banda ancha.
La pasada semana Melilla ha vivido un angustioso regreso al pasado, cuando la rotura de un cable submarino dejó a la ciudad sumida en el más absoluto apagón de teléfonos fijos, móviles e internet. Aunque el futuro sea cambiante y esquivo, lo que sí se ha confirmado de las predicciones es que las comunicaciones se convertirían en artículo de primera necesidad. Ya lo son. Muchos montañeros y excursionistas despistados le deben la vida al teléfono móvil. Para Tráfico es obligado, en tiempos de nieve, llevar una manta y un móvil. Sin un sistema de comunicación inmediato y ubicuo, los civilizados no somos nada.
Pero no se adivina el porvenir tecnológico de la aldea global (¡qué término tan envejecido!, ¿verdad?), ahora que hasta la televisión y la radio dudan sobre el futuro de sus propios soportes. En los tres últimos lustros se han sucedido varias hipótesis: fibra óptica por todo el orbe; reaprovechamiento ilimitado del hilo telefónico; comunicación asimétrica combinando satélite y teléfono; paquetes digitales por las clásicas ondas hertzianas; intercomunicación de comunidades de redes wifi, con mínimos enlaces por cable...
La siguiente amenaza será la saturación del espacio radioeléctrico. Vivimos en pequeños microcosmos inalámbricos domésticos, cada vez más plagados de artefactos que se comunican entre sí con señales de radio de corto alcance. Mientras, las empresas de telefonía venden internet de alta velocidad a través del móvil, con tecnología 3G.
El mayor objeto de deseo de los adictos es ahora un módem que parece un ratón conectado al ordenador por USB. Un deseo, por cierto, bastante frustrado: ha sido la gran estrella publicitaria de las últimas semanas, pero apenas se ha visto en algunas tiendas de Vodafone. En las de Movistar, pese a sus campañas, los dependientes no saben ni cómo es, aunque algunos cuenten la mentira piadosa de que «se ha agotado». Es lo que llaman vaporware: una espectacular novedad tecnológica, de la que todo el mundo habla pero que en realidad nadie puede asegurar que exista.
Cosas del futuro. Con tanta novedad brincando alrededor, da la sensación de que el futuro continuamente se nos está quedando viejo. Pero luego se corta un cable por el temporal, como en Melilla, y nos quedamos a oscuras.
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