Lunes, 26 de marzo de 2007. Año: XVIII. Numero: 6308.
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«Échate una siesta, cambia tu vida»
Una psicóloga de EEUU defiende en un libro las virtudes de esta vieja costumbre
CARLOS FRESNEDA. Corresponsal

NUEVA YORK.- A la sombra de la Torre Eiffel o dentro del Empire State, en el estanque del Retiro o en el Ayuntamiento de Hillerod (Dinamarca), miles de ciudadanos desafían todos los días a la máquina impetuosa de la economía global y practican plácidamente una vieja virtud en vías de extinción. Hablamos de la siesta.

El doctor Jurgen Aschoff, del Max Plank Institute, determinó hace más de medio siglo que el Homo sapiens es una animal multifásico o por lo menos bifásico (nada que ver con el sexo). Pues parece que el gran declive de la medianoche tiene una réplica menor al mediodía, y que el sopor que todos sentimos después de comer no es sólo comprensible, sino inevitable.

«Todos los humanos estamos programados biológicamente para dormir una siesta, pero las demandas de la vida moderna nos han llevado a esconder este impulso natural», escribe la psicóloga Sara Mednick en Take a nap! Change your life (Échate una siesta, cambia tu vida).

Mednick recuerda cómo la cabezadita de la tarde fue primordial para poder acabar sus estudios en Harvard, con casi tanto orgullo como Winston Churchill presumía de haber ganado la batalla de Inglaterra: «No estamos hechos por naturaleza para trabajar de ocho de la mañana hasta la media noche. Deberíamos romper los días en dos».

Lo mismo hacían Leonardo Da Vinci, Isaac Newton y Albert Einstein, miembros ilustres del devaluado club de la sexta, el nombre con el que los romanos marcaron esa hora que coincidía más o menos con el mediodía y en la que era conveniente reposar. La invención del reloj mecánico en la Edad Media fue el principio del fin de la siesta, y el látigo de la Revolución Industrial acabó barriendo la sana constumbre de los países nórdicos y centroeuropeos.

«La siesta sobrevivió en los países del sur por estar menos desarrollados y por el intenso calor del mediodía», sostiene Mednick, que constata cómo el aire acondicionado y la llamada sociedad 24/7 -donde se trabaja todos los días a todas horas- nos ha llevado donde estamos: sólo el 7% de los españoles la sigue practicando en secreto.

«Es gratis, no es tóxica y no tiene peligrosos efectos secundarios», escribe en su libro la doctora Mednick, que lleva más de una década realizando sus propias investigaciones sobre el tema en el Salk Institute de La Jolla (California). La psicóloga habla de hasta 20 beneficios terapéuticos de la siesta: reduce el estrés, aumenta el nivel de alerta, alivia las migrañas, mejora la percepción, ayuda a la memoria, estimula la creatividad...

De cinco a 90 minutos

Mednick es más transigente que otros especalistas y afirma que cualquier siesta es buena si dura de cinco a 90 minutos, y que tanto mejor si se hace en posición horizontal o si se entra en sueño profundo. Su libro incluye un test en el que cada cual puede cacular su siesta ideal, en función de su edad, su ritmo de trabajo, su reserva de energías y sus necesidades de sueño.

La mayoría de la gente arrastra un déficit de una a dos horas de sueño diarias (más esta hora recién robada que llueve sobre cansado). Otro psicólogo norteamericano, Bill Anthony, autor de The art of napping, ha instituido el Día Nacional de la Siesta cada lunes después del adelanto horario para compensar la fatiga anticipada.

Empresas como Nike o Yarde Metals se han tomado tan en serio las advertencias de los psicólogos que han creado los nap lounges para que sus empleados se echen la siesta. En el Empire State se abrió hace un par de años MetroNaps, el santuario de la siesta en el corazón de Manhattan que ahora encuentra su réplica en otras ciudades norteamericanas. Y en Hillerod ha sido el propio alcalde quien ha implantado el sanísimo hábito, replicado ahora en los hospitales, en las industrias y en las empresas de transporte danesas. Que se lo pregunten a los astronautas de la NASA: tantas órbitas como siestas.


Los beneficios del 'yoga ibérico', en 'OKS'

La siesta solía asociarse a la indolencia del sur de Europa, pero en los últimos años ha adquirido un gran prestigio médico basado en sus probados efectos benéficios sobre la salud física y mental. 'OKS', la revista mensual de salud del grupo editorial de EL MUNDO, incluye en su segundo número un amplio reportaje sobre las virtudes del llamado 'yoga ibérico'. El artículo presenta las principales conclusiones del trabajo científico más riguroso que se ha realizado para analizar los beneficios de la siesta: un reciente macroestudio publicado en la revista 'Archives of Internal Medicine', cuyos resultados son concluyentes. Según este trabajo, el tradicional reposo del mediodía puede reducir la mortalidad por trastornos cardiovasculares.

Además, se ha comprobado que, si no rebasa la duración recomendada de entre 20 y 30 minutos, la siesta mejora el rendimiento laboral, aumenta el nivel cognitivo y mejora el humor. En definitiva, se trata de una práctica cada vez más extendida en todo el mundo de la que debemos sentirnos cada vez menos culpables y más orgullosos. El reportaje de 'OKS' tiene el atractivo adicional de estar magníficamente ilustrado por las fotografías de Franco Zecchin, quien ha retratado la costumbre de la siesta en diversos rincones del planeta.

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