Lunes, 26 de marzo de 2007. Año: XVIII. Numero: 6308.
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 CULTURA
CONGRESO DE LA LENGUA
Medellín, enclave de 'sicarios'... de la cultura
El encuentro académico ha servido a la ciudad para mostrar el efectivo empuje de la creación frente a la violencia
BORJA HERMOSO. Enviado especial

MEDELLIN (COLOMBIA).- El cerro Nutibara y el cerro El Picacho yerguen su verdor insolente entre las brumas y los gallinazos, que, al ritmo circular y concéntrico de lo acechante, sobrevuelan el valle donde se incrusta, como un mundo aparte, la ciudad de Medellín.

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De día, las moles de cemento marcan como una carne de especulación salvaje la ascensión a las cumbres que rodean la capital de la vieja Antioquia. Por la noche, las miles y miles de lucecitas que circundan la antigua Candelaria parecen querer explicar una astrología descendente, pero no son otra cosa que miles y miles, casi millones, de bombillas iluminando los barrios populares de los cerros: Moravia, Envigado, Sabaneta, Enciso... los pequeños avernos inexpugnables de donde bajaba el sicario para quebrarse a la víctima de turno, por un ajuste de cuentas, por un puñado de pesos o incluso porque sí.

Los poblados de los cerros y las avenidas del centro -La Playa, El Hueco, Carabobo- conformaron durante demasiados años el escenario de una violencia en estado puro, donde el cartel de Escobar y sus sicarios, los paramilitares y los políticos hampones campaban a sus anchas en una Babilonia sangrienta donde morían (año 1991) hasta 12 personas al día. Una Babilonia cantada y contada por las películas y los libros de algún que otro antioqueño ilustre aunque prófugo, como el director Víctor Gaviria (con sus películas La vendedora de rosas, Rodrigo no futuro y Sumas y restas) o el escritor Fernando Vallejo, que elevó definitivamente a Medellín al altar de los infiernos literarios con su espeluznante novela La virgen de los sicarios.

Pero Babilonia ha empezado a escupir su sangre para comenzar a purificarse. Medellín, que estos días ha sido la capital del español gracias a la celebración del Congreso de Academias de la Lengua, con presencia de los Reyes de España, vive en la actualidad un proceso de rehabilitación sin precedentes en sus 332 años de Historia. Los algo más de dos millones de habitantes de la ciudad, fundada en 1675 por colonos españoles, asisten entre incrédulos y asombrados a lo que bien pudiera denominarse el efecto Fajardo.

Sergio Fajardo, 52 años, casado, con dos hijos, matemático de profesión y procedente del mundo de las ONG, vive su cuarto y último año de mandato como alcalde de Medellín. En diciembre dejará los trastos, pues una ley promulgada bajo el mandato del presidente Uribe impide renovar el cargo. «Y buenoooo... no sé qué haré cuando me vaya. ¿Candidato a la presidencia? No sé, no digo nada. Sólo digo que, al que trabaja le llegan las oportunidades», comentaba Fajardo a este diario al término de un acto académico en la antigua Estación de Ferrocarril de Medellín.

Y él, está claro, ha trabajado. En sus tres años y tres meses de mandato, el resolutivo, seductor, hiperpopular, campechano y un puntito populista Fajardo, que dice militar en el «centrismo radical», ha desarrollado un verdadero plan de salvación urbanística, social, educativa y cultural de la ciudad. Un programa de dimensiones ciclópeas y un coste económico de 500 millones de dólares. Un plan consistente en muchas cosas pero, fundamentalmente, en una: que el tirón de la cultura logre convencer a los más jóvenes para, llegado el momento, elegir el buen camino y sustraerse al influjo de la violencia, que aquí ha sido reina durante lustros. Elegir los libros y las partituras en vez del consumo de basuco o el pegamento mataniños. Fajardo quiere -y lo está haciendo- hacer bajar de manera progresiva la nómina de sicarios en potencia mientras hace subir la de músicos, profesores, escritores o cineastas.

Su política de construcción de infraestructuras culturales y educativas en medio de viejos santuarios de la miseria y la delincuencia empieza a dar sus frutos. La Biblioteca León de Greiff, situada en los cimientos de lo que fue la prisión de La Ladera, es un buen ejemplo. Se trata del primero de los cinco parques biblioteca inaugurados en Medellín (los Reyes inauguraron otro el sábado, el Parque Biblioteca España junto al telecable de Santo Domingo Savio).

Edificio de firma (a cargo del arquitecto Giancarlo Massanti, que dispuso tres inmensas cajas de hormigón y cristal asomadas al barrio de Boston -donde se crió la gloria local Fernando Botero-), aceso a internet para niños que hasta ahora ni sabían lo que era eso, buena colección de libros de historia, literatura, geografía, etcétera, tres auditorios al aire libre, cafetería espaciosa, buenos equipamientos... una infraestructura propia de cualquier gran ciudad europea, situada en las estribaciones de uno de los barrios calientes de la ciudad: algo impensable tan sólo hace tres años.

Lo mismo que el parque ecológicocultural que Fajardo y su equipo pretenden instalar en lo que hoy es el asentamiento ilegal de Moravia, 50.000 personas hacinadas en casitas de ladrillo construidas sobre dos basureros. Y lo mismo que la apuesta incansable por la Red de Escuelas de Música de Medellín: una iniciativa que parecía descabellada en sus inicios hace ahora siete años, pero que hoy es uno de los símbolos más fuertes de la metamorfosis sociocultural antioqueña.

En total son hoy 26 escuelas de música donde muchachos y muchachos paisas de entre 8 y 17 años, aproximadamente, cursan sus estudios. Son, en su inmensa mayoría, niños y adolescentes procedentes de los barrios populares de Medellín, protagonistas absolutos del eslogan favorito del alcalde Fajardo, que lo repite hasta la saciedad: «El niño que coge un violín no cogerá un arma». Escuchar a una de estas bandas juveniles interpretar de manera portentosa pasajes del Réquiem de Mozart en el centro cultural del Parque de los Deseos, ofrece, de golpe y porrazo, una idea bastante aproximada de lo que está pasando en Medellín.

Cuidado: todavía no es oro todo lo que reluce, y es más que probable que el efecto Fajardo pueda sufrir retrocesos y varapalos que no serían de extrañar en un lugar con la desgraciada historia reciente de Medellín. «Yo sé que nada de esto es fácil y que nada de esto es definitivo, en Colombia siempre puede pasar de todo», explica el alcalde estrella, mientras firma autógrafos a niños y abuelos. Y añade: «Sé bien que la cultura no cura a un sicario ni le hace dejar de matar; pero hay que confiar. Nosotros hemos puesto en pie un complejo proceso de transformación social. Y ese proceso tiene que empezar obligatoriamente por la represión policial de los malos. Luego a algunos de ellos se les ofrece la posibilidad de cambiar; a los que aceptan se les integra en un proceso de reinserción, con seguimiento personal a cada uno, con la compañía de sus familias... y bueno, esto da sus frutos aunque parezca que no. Llevamos ya más de 4.000 delincuentes reinsertados».


Un alto precio por ser capital del español

Medellín ha estado tomada estos días por más de 4.000 policías y miembros de los cuerpos de elite del Ejército. La llegada de los rectores de las academias latinoamericanas y sobre todo de los Reyes de España y del presidente colombiano Alvaro Uribe -ayer se trasladaron a Cartagena de Indias- puso en jaque a las autoridades locales y gubernamentales, que decretaron durante tres días la prohibición absoluta de porte de armas.

Así de alto era el precio a pagar para convertir la ciudad en la capital del español, algo en lo que pusieron su empeño antioqueños ilustres nacidos aquí, como el propio presidente Uribe, el ex presidente Belisario Betancourt, el mismísimo Fernando Botero o el cantante Juanes, que ha 'prestado' la frase que sirve de lema a estas jornadas: «Aquí se habla español». Y el acalde Fajardo se inventó el suyo: «Medellín, una ciudad para leer». Insuficientes para un crío de unos 15 años que, en el Paseo Carabobo -hoy reconvertido en una especie de 'ágora' de la ciudad, y donde estos días los escritores invitados a Medellín han mantenido un sinfín de 'conversatorios' con el público- lucía otro, personal, seguramente intransferible: «Tú sigue leyendo, que mientras lees, yo te miro las tetas».

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