Desde la cristalera de la sala de prensa del Circuito de Jerez, justo encima del paddock, se oye y se siente cómo hierve la marabunta que se agolpa sobre la curva Peluqui. Otra cosa es desde dentro de esa jungla humana, a la que sólo se accede a base de codazos, empujones y alguna que otra sonrisita para que la cosa no se ponga muy tensa. Ahí dentro es casi imposible acordarse de la relativa tranquilidad del lugar de trabajo. Se trata de dos mundos absolutamente diferentes separados por una frontera de no más de 300 metros.
Llegar hasta el cerro que protege las curvas Angel Nieto y Peluqui una vez comenzadas las carreras representa toda una aventura. Es, sin duda, el lugar desde donde mejor se empapa uno del aroma del Gran Premio de España. Es un trono en medio de una fiesta, la Fiesta. Ese cerro es la mayor franquicia de las miles (cada plaza, cada parque, cada esquina) que hay en la ciudad de Jerez durante la prueba. Y ya van 20 años así.
Por eso es el sitio elegido para las celebraciones. Como la de Jorge Lorenzo, el único español que subió a lo más alto del podio ayer, y que no se cortó en montar su numerito, con traca incluida, ante el delirio general.
Sí, es verdad, se trata de un evento deportivo de primera magnitud internacional, pero en el cerro circulan también (y a casi tanta velocidad como las motos) las cervezas y los porros. Y banderas españolas, por supuesto. Todo contrasta con el glamour del paddock. Allí también hay jaleo, pero es un caos de idas y venidas, de fotos con las azafatas estupendas, canapés y caza de autógrafos de los pilotos, incapaces de esquivar con sus scooters de escapada a los aficionados.
En el cerro y en el paddock, los comentarios son clavados: «¡Qué putada, se ha caído Barberá!», «Rossi está intratable», «Lorenzo es un genio». Bajo el sol y sentados en la tierra, codo con codo y cerveza con cerveza, el intenso ruido, que entra por la boca, obliga a chillar. Por contra, en la zona VIP se discute a la sombra de los hospitality, con comida caliente y camareros y camareras con bandeja.
Ayer se batió el récord de asistencia gracias al montaje de una grada nueva. Nada más y nada menos que 132.168 almas en el espectáculo deportivo más seguido in situ en nuestro país. Durante toda la semana (entrenamientos y competición) se han acumulado 244.461 espectadores; la mayoría de ellos de clase B, con solanera y resaca, incluidas en el precio de la entrada. Eso sí, también entraba en el paquete la suave brisa de la mañana jerezana.
Y nada más finalizar la última carrera, la de MotoGP, alrededor de las 15.00 horas, con la decepción en la mochila (pese a que en nuestro país hay mucho incondicional de Rossi), adiós a los olés y estampida en busca del atasco de vuelta. Atrás sólo quedan los restos: toneladas de desperdicios. El cambio horario favoreció a los motoristas, con más luz hasta llegar a casa.
En la zona guapa todo es mucho más relajado. Los famosos, entre fino y fino, aún tienen tiempo para pasear palmito. A Jerez se acercaron el fin de semana leyendas de la moto, como Giacomo Agostini, o mediáticos, como Karlos Arguiñano, Jesús Quintero o Javier Hidalgo. También existe un lugar intermedio que completa el heterogéneo mosaico de este Gran Premio: las gradas numeradas. Ni monte, ni paddock, para los que no quieren o no pueden afiliarse a los extremos.