Lunes, 26 de marzo de 2007. Año: XVIII. Numero: 6308.
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 DEPORTES
A LA CONTRA / BARRA BRAVA
La selección aplaza su sentencia
DAVID GISTAU

Si la selección está en el corredor de la muerte desde que empezó a dejarse puntos y autoestima en canchas que no constan en los mapas del prestigio, lo que ayer ocurrió fue que el teléfono del gobernador sonó en el último instante para Luis, Dead Man Walking: ejecución aplazada, pero no indulto. El equipo tiene centrocampistas bien educados que no arriesgan la posesión por la urgencia de un mal pase cuando el balón quema y los espacios están cerrados. Y tiene sobre todo un par de delanteros cómplices, el Moro y Villa, que en el área forman una asociación del crimen organizado. Pero, más que nunca, España carece de esa fe en el escudo y el pedigrí que determina un estado de ánimo, una inercia ganadora. Transmite un miedo de torero en el hotel. Se achanta, se acovacha, superada por el trance incluso cuando ya no se trata de entrar en la semifinal de un Mundial ganando a una nación de las de estrella cosida al pecho, sino tan sólo de sobrevivir a una fase de clasificación ante un equipo de su misma jerarquía. Hemos pasado de la soberbia ante Francia al complejo ante Dinamarca, de las ínfulas a mendigar repescas, de la nada a la absoluta miseria, como diría Groucho.

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Y eso que Chamartín estaba hermoso y latía, lleno de chavales a los que ya les han inoculado el veneno aunque pertenezcan a una generación vacunada contra el sueño por el eterno gatillazo. Uno me preguntó: «¿Manolo el del Bombo es siempre el mismo o ha habido muchos?», como si el bombo, igual que el antifaz de El Zorro, fuera algo que se va transmitiendo a un iniciado en los votos cañís. El ambiente del sábado no lo encendió tan sólo una hinchada reconciliada por resignación con un equipo mediocre: «Español es quien no puede ser otra cosa», y qué se le va a hacer. Lo prendió también una gente que anda buscando ocasiones para agitar la banderita prohibida sin que acudan a afearle el comportamiento los sexadores de aguiluchos. Con la flojera del segundo tiempo, la afición sonó como la orquesta del Titanic, que no dejó de tocar mientras el barco se hundía. Pero quedó claro que la selección debería convertir el Bernabéu en su guarida permanente para los partidos trascendentales. Porque ahí, como se dice en el Kop, nunca caminará sola, y además estará ligada a un escenario que le otorga como aspecto la grandeza que no tiene. Lo que Wembley hacía por Inglaterra.

Adaptación de México según Porfirio: pobre Atleti, tan lejos de la Champions, y tan cerca del Real Madrid. Justo cuando parecía que el Atleti iba a curarse las pupas mitológicas para recuperar la posición que le debe la historia, va Aguirre y amenaza con la desafección, va Maniche y se descuelga con unas declaraciones en las que no concibe para su equipo sino el espíritu gregario y la resignación a fijar su residencia habitual en la tierra de nadie de la que intenta escapar: para ello fueron concebidos todos los esfuerzos y hasta la incorporación de Agüero, un embrión de crack al que se está esperando para que consiga algo más que no volver a pasar nunca jamás un añito -o dos- en el Infierno. Amotinado contra su destino, el Atleti pelea y se niega a aceptar que los títulos no serán ya sino el recuerdo de un pasado mejor, como las migas de pan que se espolvorea en la barba el hidalgo venido a menos. Maniche debería decidir si comparte la «bendita locura» o si sólo aspira a cobrar a fin de mes sin alborotos en la rutina.

Algo tienen las motos que las vuelven más vibrantes que las carreras de la Fórmula 1. No sólo la aureola gamberra, a lo Bart Simpson, de unos pilotos enganchados al Chupa-Chups y al coraje con los que cobra sentido el término de enfant terrible. También las alternativas de esos bólidos que se enganchan como las cuadrigas de Ben-Hur sin encarecer tanto el adelantamiento y sin que nada se vuelva tan calculado y estático como con los coches. La victoria de Jorge Lorenzo en Jerez contuvo todos los ingredientes que explican tanta pasión por este deporte. No intenten hacerlo en la calle: tres muertos, hasta ayer por la tarde, ha dejado este fin de semana el afán de emulación, nunca mejor dicho, a tumba abierta.

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