CARLOS TORO
Ronaldinho, el miércoles último, pasó parte del día de su 27º aniversario ejércitándose en el gimnasio y no entrenándose con sus compañeros. Era la enésima vez que ocurría lo mismo. El club ni siquiera facilitó la habitual información verbal (nunca ha emitido una escrita al respecto). ¿Por qué Ronaldinho visita tanto el gimnasio y tan poco el campo de entrenamiento? El gimnasio es para un futbolista un complemento de la preparación. Para Ronaldinho, sin embargo, parece la preparación misma, en detrimento de la pelota. El sábado le metió a Chile dos goles a balón parado. Así mete ahora los goles: sin moverse. También él, como el balón, está parado.
En el Barça huele a fin de ciclo: Ronaldinho hace su vida y su continuidad en el club se antoja dudosa. Eto'o reclama para sí la divinidad exclusiva. Rijkaard, seguramente, se irá al acabar la temporada. Deco también. Cunden el egoísmo y el aburguesamiento. Existen problemas particulares, como el de Motta. Los jugadores, ante la pasividad del club, desprecian reiteradamente a la prensa, en un generalizado gesto de soberbia y estupidez. Este glorioso Barça se ha agotado muy pronto. Al igual que en la canción de Rocío Jurado, «se le acabó el amor de tanto usarlo». Aunque con apurillos, lo más probable es que gane esta Liga indeciblemente mediocre gracias a la inercia de su talento anterior. Y después, consumida su breve y resplandeciente era, tornará a empezar, aunque no de cero, porque mantendrá una valiosa base, desde la cual tratar de rehacerse.
El Madrid, en cambio, arrancará de menos cero. Salvo milagro, llorará su cuarta campaña consecutiva sin título alguno. Un triste récord. Tendrá que reconstruirse casi completamente y a partir de elementos inciertos que empiezan en la presidencia y terminan en el extremo izquierdo, pasando por el cambio de entrenador. Ha vivido unos años funestos bajo casi todos los puntos de vista, y no tan boyantes en el plano económico (no es oro todo lo que reluce). De la era galáctica sólo quedarán los dorados despojos de Raúl. El florentinato representó el alba de un modelo que se coció en su propio jugo y se abrasó en su propia luz. Por eso, mientras la situación significa para el Barcelona el principio del fin, para el Madrid supone el fin del principio.
Cada uno a su modo, ambos comenzarán de nuevo.
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