Lunes, 26 de marzo de 2007. Año: XVIII. Numero: 6308.
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 MADRID
Ocio / Carreras
El día que Madrid soñó ser Ascot
El hipódromo de la Zarzuela inauguró el sábado la temporada reivindicando el espíritu inglés. La fiesta estuvo saturada de pamelas
LUIS A. NEMOLATO

El sábado por la mañana la capital se levantó con el pie derecho, tomó el brunch en alguno de los locales de moda, almorzó y después de sorber el té, acompañado de emparedados de pepino y salmón y de engullir los famosos scones, se vistió de gala para asistir al estreno de la temporada en el hipódromo.

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La invitación decía claramente que el chaqué y la pamela serían bienvenidos. Extraña contravención de las normas del protocolo que dicen que aquellas dos prendas son matutinas, pero las ganas de portar disfraz suelen tentar demasiado al madrileño, que ve cómo en la ciudad las oportunidades de calzarse una buena pamela son más bien escasas.

A eso de las 17.00 horas, la juventud, que mayoritariamente había asistido en tropel al evento, pisaba la hierba del hipódromo de la Zarzuela. El tacón de aguja que portaban algunas de las invitadas se enterraba y desenterraba con gracia en el suelo formando pequeñas punciones, diminutos mordiscos de vampiro que provocaban graciosos tropezones.

Las damas vestían mucho traje de comunión y estampado primaveral acabados con un foulard, que actuaba (y ya no daba abasto) como una prenda de abrigo. En los ojos, grandes gafas de sol para mirar con descaro, al menos hasta la nocturna hora bruja; entre los verdaderos gentleman, los puros, la corbata, la gomina y el vaso de vodka con tónica, y esa primera frase antológica que se quedó grabada en aquella mágica tarde: «Tío, existimos de día».

A las 17 horas y 24 minutos, el camarero de la primera barra comienza a sentir los primeros calambres. Los asistentes no tienen piedad con él y se arremolinan en torno suyo reivindicando la barra libre. «Por favor, hay más barras ahí debajo», suelta exhausto el pobre hombre, señalando los otros puestos cercanos a la pista. «Please». Parece que no hay conmiseración.

Sobre las mesas el queso amargo que se come desde arriba, ha comenzado a ser destripado.

Lo british estaba presente en otros detalles: por ejemplo, en el atrezo, formado por personajes típicos de las carreras, como el príncipe de Gales y Camilla Parker; guardias reales que, lejos del ambiente londinense, se mueven, gesticulan y se humanizan; un famoso comentarista inglés sacaba a pasear su acento de haches aspiradas y en los altavoces sonaba el God Save the Queen. Entre unos botes de gomina y de colonia se cuela algún moreno de un color sospechoso adquirido lejos de la playa «¿rayos uva o caña de azúcar?», le pregunta una lengua afilada. El asombrado caballero se encoge de hombros y se marcha sin mirar atrás.

«¿Oye perdona sabes dónde se acoquina la apuesta?», «acoquinar, lo que se dice acoquinar». Además de la barra libre la entrada daba derecho a dos apuestas en las carreras de la tarde, como premio: un viaje a Londres. El nombre de los caballos: Gin Lemon, Yeo Man, Philarmonic, Picadilly o SOHO, barrios y calles de la capital inglesa que le daban cierto carácter a la carrera.

Las hermanas Sherina y Charleene parecen formar parte del mobiliario humano que ha contratado la organización, que incluye a los típicos bobby's o policías, las damas cargando con el perrito vestido con jersey de rayas, el ratero y señoras con extravagantes pamelas, pero no lo son. Claro que tampoco son madrileñas sino venezolanas: «Ya era hora de que hubiera una ocasión para vestir bien», comenta una de ellas, la que lleva el tocado rojo. Admiten que en su país también se ponen de esta guisa para ir a ver jugar al polo. «Tengo una amiga que recién me habló al celular y me dijo 'voy si hay gente que va con jeans'». En casa debe seguir a estas horas de la tarde.

El interior del edificio se va llenando de gente: la luz tenue, la música alta, la copa «de balón, Sir» en la mano, los vestidos del personal le dan un aspecto que recuerda más al espíritu de Nochevieja que el de Ascot.

Después de la primera carrera, que por cierto ganó Olindo Monguelluzo, las escasas pamelas que salpican el hipódromo siguen merodeando las cabezas de las asistentes, aunque el sol ya no moleste, claro que tampoco desaparecen las gafas de sol.

Nadie se ha percatado de que la primera carrera había terminado y es que había unas 10 personas mirando el acontecimiento deportivo. Así que cuando el jockey Monguelluzo pasa a su vera para recoger el trofeo imaginan que es parte del atrezo y sonríen y se hacen una foto con él.

Las conversaciones no se animan demasiado (o sí...): «En la boda de Gerardo me pienso poner un tocado que al ver todos estos me ha dado mucha envidia».

Inés y Alejandra han pedido prestados los suyos a su abuela y a su tía: «Esto es como estar en una peli, aunque han dejado entrar a gente que... yo no entiendo».

La noche estaba cayendo sobre el lugar, ahí es cuando las damas empezaban a notar la escasez de sus vestidos y se acordaban de sus abrigos, durmiendo sabiamente en armarios y roperos. Jade Jagger, invitada de honor, junto con el guapo Joseph Fiennes, dejó en la zona vip el rostro de «soy divina» y comenzó su verdadera tarea de mover discos.

Hacía varias horas que los asistentes se habían olvidado de las pamelas, los puros, de Ascot, y todo lo british y lo no british, como las gafas de sol, para adentrarse en la verdadera naturaleza de la noche madrileña. De una u otra manera todos sentían que volvían a casa.

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