Merkel asumió el liderazgo tan decaído de la Unión y lo hizo con fuerza y empuje. No era posible conseguir por el momento mucho más, pero la canciller ya avanzó que la fecha inicial para reanudar el trabajo está a la vuelta de la esquina: el 21 de junio, cuando ante el Consejo Europeo ella presente un calendario preciso para las nuevas negociaciones, que deberán estar finalizadas antes de las elecciones al Parlamento Europeo de junio de 2009.

De esta forma, en la agenda de los líderes ya ha quedado anotado que dentro de tres meses se anunciará la convocatoria de una nueva Conferencia Intergubernamental en cuyo seno tendrán que pactarse definitivamente las reformas que precisa la UE y recogerlas en un tratado que, en opinión de muchos, pero no de todos, tiene que tener «dimensión constitucional».

La forma jurídica que tendrá dicho texto; si las negociaciones partirán de la base ya establecida en la propuesta actual de Constitución; si lo que en ésta se dice se recortará o si por el contrario se ampliará; si el trabajo negociador será breve o largo o si de nuevo el proyecto se someterá a referéndum en los distintos países, son cuestiones clave que empezarán a definirse desde junio.

Ayer, en el Museo Histórico de Berlín, a unos pasos del Muro, los presidentes de las tres instituciones comunitarias -Consejo, Comisión y Parlamento- firmaron en nombre de los socios de la Unión una Declaración que, por el momento, sólo abre la puerta a este proceso.

La canciller alemana, en su discurso previo a la firma, recalcó que «la UE necesita más y más claras competencias» y citó expresamente la política energética, la exterior y la de seguridad y justicia. Y a todo ello añadió que resulta imprescindible «definir claramente cuáles son las competencias de los estados miembros y cuáles las de la comunidad».

Merkel apuntó que lo que finalmente se pacte tendrá «efectos a largo plazo para bien y para mal» y advirtió rotunda: «Si fracasamos habremos cometido un error de dimensiones históricas». Esta afirmación resulta oportuna porque con ella la canciller no hace sino llamar a cerrar filas a una comunidad que se encuentra profundamente dividida ante su propio futuro y que incluso corre el riesgo de desmembrarse.

«Yo nací en la RDA», explicó Merkel, «y cuando tenía siete años vi construir el Muro. Nunca pensé que finalmente tendría la oportunidad de vivir libre en Occidente. Mis caminos siempre acababan a unos metros de aquí. Y, sin embargo, el Muro cayó. Yo he aprendido por propia experiencia que nada debe quedarse siempre como está».

La canciller aseguró entonces que nada garantiza el que los europeos puedan celebrar dentro de otros 50 años el centenario del Tratado de Roma «en paz, en libertad, en democracia y con estado de derecho». «Nada de esto se produce por sí solo. Todo debe ser», recalcó, «consolidado y defendido sin cesar. Pararse significa retroceder. Crear un clima de confianza lleva años, pero basta sólo una noche para perderlo». «Nuestro objetivo de futuro», dijo Merkel, «será reafirmar la unificación europea».

Después, la canciller repasó los valores esenciales de la UE y no pudo resistirse a señalar, «a título personal», que en su opinión, la «concepción del hombre y de la libertad» que tiene Europa encuentran su fundamento en las «raíces judeocristianas».

Merkel ha dedicado una atención muy especial durante estos dos días al presidente francés, Jacques Chirac, que con esta cita se despide de las grandes cumbres internacionales. La canciller le obsequió con una jarra de la época napoleónica a sabiendas de que la cerveza es su bebida favorita.

Chirac, que se va de la Presidencia dejando a la Unión la herencia del no de su país al Tratado Constitucional, se empeñó en destacar ayer la fuerza del llamado eje franco-alemán e incluso aseguró que cuando los dos países están unidos Europa avanza y cuando se separan se tambalea. Merkel, sin embargo, optó por alejar expresamente de su discurso y de su voluntad política cualquier tentación de crear núcleos, grupos o ejes y se esforzó en cada línea por hacer un llamamiento a la unidad, el consenso y la tolerancia.

Los propósitos de la canciller no serán fáciles de llevar a cabo. Ayer mismo surgieron ya algunas voces discrepantes. La primera del presidente polaco, Lech Kazcynski, que se apresuró a señalar que es «irreal» pensar que el futuro tratado entre en vigor en 2009. Él apuesta por modificar sustancialmente el proyecto actual y vaticina que no se pondrá en marcha al menos hasta 2011