Ségolène Royal no lleva puesto un gorro frigio, pero se ha erigido en epígono contemporáneo de Marianne, figura alegórica de la patria francesa y símbolo de un matriarcado fogoso, fértil y protector. La comparación viene a cuento porque la aspirante socialista al Elíseo ha reivindicado el himno y la bandera como señas ineludibles de su proyecto presidencial. Es una manera de traerse a la izquierda las cuestiones identitarias, aunque la iniciativa de cantar La Marsellesa y de agitar el estandarte tricolor responde a un evidente cálculo electoral.
«La idea de la patria, de la nación, del himno y de la bandera no son ni pueden ser patrimonio de la derecha ni de la extrema derecha. Forman parte de nuestra identidad, pero no deben emplearse con un enfoque excluyente, sino como un instrumento de conciliación y de integración», explicaba Ségolène Royal en un mitin multitudinario celebrado en Marsella.
Cantar allí el himno de Francia es como interpretar Granada en Granada, aunque la intervención vocal de la candidata -fue ella misma quien entonó La Marsellesa- sobrepasa las cuestiones locales y coyunturales.
De hecho, Ségolène Royal ha decidido incorporar el himno a sus mítines, se ha envuelto en la bandera como prolongación iconográfica y ha variado, incluso, el eslogan de su campaña. Antes era Más justa, Francia será más fuerte. Ahora, en cambio, el mensaje asocia sus propias aspiraciones con el mapa del Hexágono: Francia presidenta (France présidente).
La fiebre patriótica de madame Royal ha desconcertado a los sectores jurásicos del Partido Socialista, pero no puede considerarse una sorpresa. Primero porque la defensa de la idiosincrasia nacional forma parte de los 10 mandamientos de su programa. Y, en segundo lugar, porque Marianne no podía consentirse cederle el debate identitario a Sarkozy.
En efecto, el candidato del partido gubernamental (UMP) se había convertido en protagonista de la escena a cuenta del discurso ultrapatrótico. Empezando por la iniciativa de crear un Ministerio para la Inmigración y la Identidad Nacional. La idea proviene, en parte, del vademécum lepenista en el Frente Nacional, aunque Sarkozy ha explicado que su modelo de integración requiere que los inmigrantes se integren en los valores nacionales y que los franceses recuperen el calor del lar originario.
Malos tiempos para hacerlo. Francia no tiene una moneda propia ni está en guerra contra nadie. Tampoco los símbolos deportivos funcionan como catalizadores identitarios. ¿Acaso no tuvo que marcharse Jacques Chirac del estadio de Saint-Denis cuando el público abucheaba la Marsellesa en el partido que Francia disputó contra Argelia?
La pregunta (y la respuesta) se añade a otras muchas que se ha hecho François Bayrou para reaccionar al delirio patriótico de sus rivales. A juicio del líder del UDF, la bandera y el himno representan una manera procaz y sentimentaloide de regatear los verdaderos problemas de Francia.
«Esta cuestión de la identidad es una neurosis perpetua. Mucho más cuando Ségolène nos insta a todos a que decoremos nuestros balcones con la bandera tricolor. No necesitamos el providencialismo. Muchas gracias por el intento», precisaba con ironía François Bayrou.
El tercer hombre conserva su posición de fuerza en la batalla presidencial. Un sondeo publicado ayer en Le Journal du Dimanche le concede el 22% de la intención de voto. Tres puntos menos que Ségolène Royal y cuatro escalones debajo de la posición de Sarkozy (26%).
El ministro del Interior saliente (hoy deja el cargo) ocupa la plaza de favorito, pero cede terreno en la hipotética segunda vuelta (6 de mayo). Se impondría a la rival socialista por un margen de cuatro puntos.