MARTIN PRIETO
Don Jesús del Gran Poder; así bautizado temprana y acertadamente por Alfonso Guerra. Don Jesús de Polanco salió de joven de casa vestido con el uniforme de su centuria falangista, escandalizando a sus pacatas vecinas porque, ya talludo, el pantalón corto dejaba ver la pelambrera de sus piernas. Se hizo rico durante el franquismo editando libros de texto (incluida la Formación del Espíritu Nacional) cuyos contenidos conocía de antemano gracias a los buenos oficios de un subsecretario de Educación Nacional como Ricardo Díaz Hochleitner, por mal nombre Jolines dado lo impronunciable de su apellido. Fanático de la información privilegiada y receloso de la libertad de mercado, don Jesús nació en el franquismo, creció, medró en él hasta poder hacerse con el diario El País que ni siquiera había fundado ni ideado.
Nada se le puede reprochar. Don Jesús es otro hijo de su tiempo y en él pesa más la dictadura que aceita su despótico carácter. En altos cargos de la empresa mantiene a Rodolfo Martín Villa que aún no se ha apeado del coche oficial desde que era jefe nacional del Sindicato Español Universitario, y a Juan Luis Cebrián, el inmaculado, comisario político de la televisión del presidente Arias Navarro, carnicero de las vanguardias nacionales sobre Málaga. Mi primer rifirrafe con don Jesús fue a cuenta de la publicación, siendo yo director en funciones de El País, de un magnífico artículo de Fernando Savater titulado: La osadía clerical. Entonces no podía permitirse el enojo de la Iglesia a quien vendía sus libros, pero hoy su poder le permite pedir una derecha laica y en su periódico de referencia patrocina la enseñanza laicista y la eutanasia.
Quizás Mari Luz fue su mujer más querida («es la única que no está conmigo por mi dinero porque tiene más que yo»). Encantadora y más inteligente que él (por eso lo dejó) es la hija del mítico Eduardo Barreiros que también levantó un emporio automovilístico a la sombra del franquismo. Es más: estos personajes sin el franquismo, sus nieblas, sus franquicias, su autarquía e influencias no hubieran llegado a nada. A don Jesús le deseo una larga vida con salud pero no está en su plenitud. Sustituye la razón por la testosterona («yo echo cinco seguidos sin sacarla»), convierte su presidencia en PRISA en un arengario, acusa al PP de propiciar una guerra civil y despide a un redactor en vivo y en directo, situaciones que nunca hubiera hecho cuando le alumbraba la perspectiva y la astucia, ya que no el talento.
Resulta melancólico ver en la edad caer a los héroes de sus pedestales, aunque lo fueran de pacotilla. Don Jesús no pasará a la Historia como un gran editor con calle en Madrid sino como el gran manipulador de la información, un agiotista y un logrero descarado. Está volviendo a su centuria con sus gritos de guerra y sus obscenidades morales.
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