No sé qué le habrán parecido a Montilla las declaraciones de Vendrell acerca de que ERC apoyaría a Mas como president, en el caso de que éste apoyara un referéndum sobre la autodeterminación de Cataluña. A mí no me han sorprendido en absoluto. Cuando escribo estas líneas sólo conozco dichas declaraciones y la fulminante réplica de Felip Puig. Sensacional. Es uno de los mejores cerebros de CiU. Su demoledora frase «No queremos ser el sofá del psicoanalista de ERC» es un torpedo a la línea de flotación del partido independentista.
El problema de ERC es que se acercan unas elecciones municipales, los socialistas han sabido atarles muy corto y su masa de votantes puede dejarlos con un palmo de narices. De ahí el golpe de efecto que se han sacado de la manga. Golpe que, dicho sea de paso, no es más que un brindis al sol puesto que nadie en su sano juicio puede presumir de que en dos meses se organice un referéndum acerca de la independencia y que este salto en el vacío vaya a contar con el apoyo de CiU. Si creen que Carretero y su posible nicho de votantes van a contentarse con eso, son más inocentes de lo que pensaba.
Por otro lado, hay que hablar del PSC. ¿Puede seguir contando con un aliado como ERC, que se desmarca de manera innoble dos meses antes de unos comicios municipales? ¿Es éste el socio de gobierno que necesita Cataluña? Y no será por falta de experiencia.
Quisiera recordar como ERC tuvo que ser expulsada del anterior gobierno Maragall por las repetidas muestras de deslealtad hacia el tripartito, los insultos de Carretero contra Zapatero, las «espantás» de Carod y suma y sigue. Fue entonces cuando algunos, con más buena fe que conocimiento de las estrategias florentinas de la política, auspiciamos lo que vino en llamarse «sociovergencia», con el escasísimo éxito de todos conocido. Nos cayeron palos de todos los sitios.
Pero el tiempo da y quita razones, señores, y ahí tienen el primero, y me temo que no el último, de los resultados por pactar con quién tiene unos objetivos políticos diametralmente opuestos a los tuyos y, por ende, no sabe mantener su palabra. Lo primero es, en democracia, absolutamente lícito. Lo segundo, política y moralmente, es impresentable. Por ello, y antes de que algunos cerebros gravemente perturbados por la manía de hablar de entelequias y no de realidades hagan de su capa un sayo y nos metan en un callejón sin salida, el president Montilla y junto a él todo el conjunto del socialismo catalán debe hacer una profunda reflexión.
Al margen de lo que se diga o se haga durante el tiempo que medie entre el momento de escribir estas líneas y su publicación, insisto, hay que pararse a pensar y actuar con rapidez y contundencia.Montilla, que es persona reflexiva y, me consta, ama a su país con todas sus fuerzas, ha de entender que la ciudadanía no está dispuesta a que se repita el desgobierno y las ridiculeces de la anterior legislatura.
Ahora que se habla tanto de llamadas telefónicas y de broncas, llame usted, president, a Carod y dígale que así no se va a ningún lado. Y, de paso, llame por el otro teléfono a Convergència y quede con ellos a tomar café con una hoja de ruta encima de la mesa. Porque a Maragall le toleraron sus excentricidades porque era Maragall. Pero a usted, y sabe que se lo digo desde la lealtad, el electorado socialista no le va a dejar pasar ni una. Lo digo por su bien. Y por el de todos.