Macbeth
Autor: William Shakespeare. / Director: Jürgen Gosch./ Intérpretes: Michael Abendroth, Thomas Dannemann, Jan-Peter Kampwirth, Horst Mendroch y Ernst Stötzner, entre otros./ Escenario: Sala Fabià Puigserver (Teatre Lliure)./ Fecha: 24 de marzo.
Calificación: ****
BARCELONA.- Para escándalo de algunos y complacencia de otros, se presentó en el Lliure una puesta en escena de Macbeth (1606) que a nadie dejó indiferente. Jürgen Gosch, tenaz y polémico versionador de clásicos, sitúa su versión de Macbeth en el extremo opuesto a cualquier forma de estoicismo: el más sencillo gesto humano va acompañado de una expresión de dolor; no importa si ésta es ridícula o patética, el actor nos presenta una prueba física de cada uno de sus actos.
Elegir de nuevo Macbeth -el director ya puso en escena la obra en 1988 con la Schaubühne berlinesa- es buscar el paroxismo de la criminalidad dentro de la extensa producción de Shakespeare, donde el índice de muertes no naturales es elevadísimo. Dentro de las tragedias pseudohistóricas, Macbeth es la expresión de la ambición desmedida y el ansia de poder.
Jürgen Gosch, haciendo gala de un respeto casi reverencial al texto original, nos sirve la tragedia completa sin cortes ni interrupciones (sin descanso, ni tregua, dirán otros). La fidelidad al texto es el único convencionalismo que mantiene el director en su puesta en escena. En todo lo demás, Jürgen Gosch actúa como un fervoroso iconoclasta. Lo primero que salta hecho añicos es la idea del «decoro»: no sólo se van a mostrar los crímenes en escena, sino que la sangre va a brotar con cualquier excusa, impregnando a los actores y todo el escenario; los actos más íntimos, como la defecación, van a tener lugar frente al público; los personajes aparecen completamente desnudos, con ridículos atributos (como una corona de cartón para el rey o un gorro infantil para los príncipes) que les acreditan como determinados personajes.En un escenario que es una estricta cámara oscura abierta al público por uno de sus frentes, los actores -todos hombres, como en los tiempos de Shakespeare- están solos entre unas cuantas mesas y sillas extremadamente sencillas, funcionales y baratas, y unos pocos elementos de atrezzo.
Gosch, formado en el Berlín de la RDA, no juega al juego de ocultaciones del teatro burgués convencional; su versión de Macbeth es desnuda y cruel, violenta y brutal. Pero dentro de la maraña de horror en la que nos envuelve, aparece, de forma casi mágica, la risa de la mano de unos brillantísimos actores. Con un sentido del humor cercano al de los Monty Python, el elenco nos abre pequeñas válvulas de escape que nos permiten recuperar el aliento ante tanta inmundicia, moral y física. Macbeth es un espectáculo duro e incluso grosero, pero no hay duda que pone en funcionamiento todo tipo de resortes teatrales y que estos funcionan como la legendaria maquinaria alemana.