Esto es lo que hemos escuchado, oído y visto estos últimos días. Una exhibición de la ley del embudo, tan ancho para algunos -como Alberto Ruiz Gallardón, que defiende el derecho de Jesús de Polanco a decir lo que le viene en gana pero lleva a los tribunales a Federico Jiménez Losantos por eso mismo- y tan estrecho, estrechísimo, para otros.

Toda esta polémica merece un par de observaciones más.

El PP metió la pata, por muy justamente indignado que se sintiese con un ataque sin precedentes en nuestra democracia, al apelar «de manera especial a los accionistas, anunciantes y clientes de ese grupo de comunicación», porque así se da pie a la acusación de que pretenden suscitar un boicot. Los populares replican que lo dijeron porque fue justamente ante su junta general donde Polanco lanzó su diatriba. Pero, aun así, deberían aprender de una vez por todas, ellos como los socialistas, que a los medios y sus representantes se les responde con toda la contundencia que les parezca oportuna, pero nunca dando siquiera un ápice de impresión de que se busca acallar o censurar al medio. Esos reflejos, ante Prisa como ante Telemadrid, son tics muy feos y muy poco liberales.

El corolario de esa torpeza en la expresión es que en Prisa, donde no son unos alelados como los de Telemadrid, cogen rápidamente ese rábano por las hojas -como hace un decenio, cuando exigían comisiones internacionales de investigación de la censura aznarista porque el juez Gómez de Liaño se inmiscuía en sus negocios- y saben qué teclas tocar. Logran, por ejemplo, el enardecido respaldo de RsF, cuya sección española, desde que la preside una veterana de La Vanguardia como es María Dolores Masana, le hace ascos a protestar por una agresión patente a la Cope en Cataluña pero, en cambio, se precipita a defender a Prisa de una agresión imaginaria. ¿Caer en gracia, o ser gracioso?