CARTAGENA DE INDIAS. - El Libertador regresa a Cartagena en una lancha motora, cruza el río Magdalena y, a su paso, ve islas pobladas por comunidades africanas que están encerradas allí desde hace 300 años; ve reses famélicas cruzar el cauce, ve carroñeros y pelícanos...; ve niños desnudos que lo saludan desde la orilla y gabarras varadas... ¿Abandonadas quizá por la United Fruit Company? La nave entra por fin en la bahía de Cartagena, avanza hasta el muelle de Los Pegasos y atraca ante un edificio desconocido, vecino del viejo ayuntamiento cartagenero: el Centro de Congresos. Allí le espera un octogenario llamado Gabriel García Márquez.
«Soy sólo un artesano insomne que no sale de la sorpresa que le causa todo lo que le ha ocurrido. Los 50 millones de lectores de Cien años de soledad son un milagro y la constatación de que hay una sed de leer historias en español. Nuestra responsabilidad como escritores, narradores, poetas y educadores es saciar esa sed, además de nuestra propia sed», dijo ayer García Márquez en la ciudad en la que aprendió el oficio de periodista en el diario El Universal y en la que aún pasa parte del año. La ciudad en la que Gabo recibió ayer el homenaje de las letras hispanas, apadrinadas por el Rey Juan Carlos.
«García Márquez es en sí mismo un ejemplo vivo de la unidad del español en su diversidad. Él mismo ha dicho: 'No hablemos por separado de literatura española y literatura hispanoamericana; hablemos de literatura en lengua castellana'. Y eso no es teoría; es experiencia personal...» dijo Don Juan Carlos. «Cien años de soledad es radicalmente caribeña, colombiana, americana y declaradamente universal. Leyéndola nos llegan ecos de los vallenatos y de los cuentos tradicionales de Castilla, de Andalucía y de Canarias».
El discurso del Rey también marcó la inauguración del IV Congreso de la Lengua que se celebrará durante esta semana en Cartagena. El encuentro es, en realidad, un tejido de mesas redondas en el que filólogos, escritores, científicos, artistas, políticos y periodistas de España y América debatirán sobre lo que les une, el español, y sobre aquello de lo que, según el Rey, García Márquez es ejemplo: su diversidad y su unidad, y una rica historia compartida entre las dos orillas del Atlántico.
¿Otros temas? El valor económico del idioma y su capacidad competitiva ante otras lenguas, como si el Congreso fuese la junta de accionistas de una empresa. Las expectativas, por cierto, son buenas: el Instituto Cervantes calcula que el español empatará con el inglés en el número de hablantes allá por el 2050, aunque hay incertidumbres en el negocio: por ejemplo, la marginalidad del español en el terreno científico y diplomático.
El encuentro, sin embargo, necesitaba un pico emocional. Y la ocasión de abrazar a García Márquez era irresistible. Se prestaba el lugar (en esta parte del Caribe habitan los personajes de Gabo) y se prestaba el momento, ya que García Márquez ha cumplido en 2007 ocho décadas de vida, seis de literatura, cuatro desde la publicación de Cien años de soledad y 25 años desde que recibió el Nobel de Literatura.
Y ante ellos, el escritor de Aracataca, casi abrumado, lidió como pudo la sucesión de laudatios que recibió ayer en Cartagena. La más emocionante de todas fue la del mexicano Carlos Fuentes, colega, compañero generacional y vital, amigo desde 1962 y, en algún momento, nexo de unión entre el retraído García Márquez y el resto del mundo: «En los 60, los dos escribíamos guiones para películas; pasábamos horas discutiendo dónde poner las comas, lo que demuestra que nos preocupaba más lo que se leía que lo que se veía. Así, hasta que él un día me dijo: «'Fontacho, ¿qué vamos a hacer? ¿Salvar al cine mexicano o escribir nuestras novelas?'», dijo Fuentes.
Los halagos y recuerdos llegaron desde todos los frentes: Belisario Betancourt, Tomás Eloy Martínez, César Antonio Molina, Víctor García de la Concha, Antonio Muñoz Molina y el presidente de Colombia, Alvaro Uribe, glosaron también al autor de El amor en los tiempos del cólera. Otros no hablaron, pero honraron a García Márquez con su presencia: fue el caso de Bill Clinton, amigo del novelista desde que lo invitó a Martha's Vinyard un día, en los lejanos 90. A cambio, faltó Felipe González, que cayó del cartel a última hora. Una pena: Clinton, González y el Libertador de El coronel no tiene quien le escriba habrían podido pasar una gran tarde hablando de la soledad.