JAVIER VILLAN
'Fin de partida'
Autor: Samuel Beckett./ Intérpretes: Ricardo Joven y José L. Esteban./ Dirección: Carlos Martín./ Dramaturgia: Alfonso Plou y Carlos Martín./ Escenario: Centro Cultural de la Villa.
Calificación: ***
MADRID.- Independientemente del grado de acierto que tengan sus espectáculos -nunca se podrá hablar de desaciertos radicales- el Teatro del Temple aporta siempre un rasgo de calidad y de ambición. Este grupo, forjado día a día a través del rigor y la vocación, es casi un fijo, cada temporada, en la Sala II del Centro Cultural de la Villa. Con un encomiable pragmatismo, esta segunda sala del centro municipal está superando sus limitaciones: espectáculos cualificados de pequeño formato que llegan muy directamente al espectador; con más nitidez incluso, gracias a su acústica, que en la Sala Guirau, que adolece de la misma.
Este Fin de partida, de Samuel Beckett, es un ejemplo de ello; además, no es un hecho casual sino que responde a una idea de programación bastante coherente en líneas generales. La Sala II está próxima al campo alternativo con una ventaja sobre las salas de este circuito: un aforo respetable que la hace, para algunos grupos, un claro objeto de deseo.
Fin de partida es uno de los textos más endiabladamente irritantes del irritante Samuel Bec-kett. La tragicidad del máximo representante del teatro del absurdo tiene una tensión escénica, una esencia trágica tan condensada que el humor -más que negro, lúgubre y sarcástico- no logra suavizar.
Importa poco, incluso no importa en absoluto, el espacio escénico; importa, sobre todo, el asfixiante progreso de un diálogo inclemente y la capacidad para dar a la palabra su dimensión dramática.
Ésta es, quizá, la esencia de Beckett en general y de Fin de partida en particular; cosa de dirección (Carlos Martín), y de interpretación. Ricardo Joven y José L. Esteban encarnan con expresiva austeridad el infierno de dependencias (amo y criado), humillaciones y sinsentidos que une a Hamm y a Clov, atados por una fuerza superior a sí mismos que los aniquila y, a la vez, vivifica.
En Samuel Beckett no hay palabra gratuita ni gesto superfluo. En esta función, con un Ricardo Joven notable, tampoco.
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