Martes, 27 de marzo de 2007. Año: XVIII. Numero: 6309.
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El fantasma de ETA se sienta en el estrado
VICTORIA PREGO

ETA se paseó ayer con amplitud e insistencia por la sala del juicio. Unas veces con más verosimilitud y otra veces con mucha menos, su fantasma apareció como invitado de piedra en mitad de un panorama siniestro de actividad delicuencial protagonizado por gentecilla que optó hace años por sobrevivir sin vergüenza, sin compromisos y sin lealtades, ni a los suyos ni a lo que nosotros llamaríamos la sociedad española y ellos llamarían «los otros», es decir, nadie. Hasta ayer mismo, la sola mención por parte de algunas de las acusaciones de algo que se acercara mínimamente a las siglas de la banda, se había venido considerando una suerte de herejía maledicente. Pero el nombre de ETA saltó ayer todas las barreras y campó libremente por entre las declaraciones de los testigos.

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En un día algo confuso, muy lleno de intervenciones variadas, con pocas pinceladas de verdad entre innumerables trasuntos de mentiras como puños, distintos declarantes trajeron el tema a colación. Por ejemplo, un compañero de prisión de uno de los personajes de esta historia, un huido de la justicia llamado 'Nayo', explicó al tribunal cómo su compañero de cárcel le había encargado que contara a la Guardia Civil lo que él mismo ya había tratado de explicar a la Policía: que los asturianos Toro y Trashorras no sólo traficaban con explosivos, sino que uno de ellos estaba en contactos con ETA. Hasta ahí, el relato podía ser verosímil. Pero ya se entró en el terreno de la fábula cuando le escuchamos decir que -siempre según Nayo- Toro intentó vender esos explosivos a la banda, pero que los terroristas se los quisieron llevar por la cara, es decir, robándoselos al asturiano y que, en vista de eso, se produjo un tiroteo.

Los etarras son unos asesinos, unos extorsionadores y para qué vamos a seguir. Pero no se tiene noticia de que dispongan de una división de rateros para ir afanando la dinamita que luego destinan a segar la vida de inocentes. O la roban en grandes proporciones, como en el polvorín francés de Plévin, o la compran con el dinero que han obtenido del chantaje. Pero no se lían a tiros para hacerse con el material si no es porque la Policía les coge en plena operación. Éstos, los tiros los dan en la nuca. Qué más quisiéramos que se hubieran convertido en unos meros chorizos. Pero no.

También el testigo Lavandera mencionó a ETA y también estableció la relación entre la banda y Antonio Toro. Pero, de lo que este hombre explicó, muchos sacamos la impresión de que el tal Toro es tan delincuente como fanfarrón, capaz de mostrar a un casi desconocido el interior del maletero de su coche repleto de dinamita y detonadores. Y aún más, capaz de jactarse de conseguir 1.000 kilos de ella en una semana. Más creíble resulta que Lavandera haya escuchado decirle que podría ganar mucho dinero si aceptaba llevar explosivos al País Vasco. Esto sí encaja. Pero no encaja, sin embargo, que le dijera también que ETA estaría dispuesta a pagar mucho dinero a alguien que supiera cómo hacer explosionar bombas con teléfonos móviles. Y lo que ya rozó el delirio fue cuando Toro le dijo, según él, que también podría ganar mucho dinero si aceptaba matar a una persona. Por encargo de ETA, dijo. De ETA, que se ve que no tiene experiencia en esas cosas o que, teniéndola, le dio reparo. Qué cosas se oyen. Ya dijo el propio testigo que él mismo había considerado todo esto como una chiquillada de Toro «porque no creo que los de ETA sean tan tontos». Efectivamente, son asesinos pero no idiotas.

Por lo demás, asistimos a la declaración de una de las muchas novias que ha tenido el hiperactivo Zouhier, novia que se desquitó muy a gusto de tanto mal trago como el maromo debió de hacerle pasar en su día. Esta mujer, segura de sí misma, a veces incluso desafiante, demolió al procesado a base de definiciones implacables del tipo de hombre violento, capaz de vender hasta a su madre, y a base de contar al tribunal cómo había recibido amenazas de su novio para que no contara nada de lo que sabía. «Yo nunca he confiado en él» dijo ella en lo que era una invitación a que todos los presentes, especialmente los jueces, hicieran lo propio.

El último declarante de la jornada, el policía asturiano 'Manolón', de momento sólo ha dicho que no estaba enterado de nada de lo importante. Hoy sabremos más.

victoria.prego@el-mundo.es

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