Martes, 27 de marzo de 2007. Año: XVIII. Numero: 6309.
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 MADRID
Bohemia y versos en honor a Max Estrella
MARIA MONTES

Cuando Max Estrella hizo su vía crucis particular le acompañó únicamente su lazarillo: Don Latino de Hispalis. Ayer, más de 200 personas quisieron recordarle en su mismo recorrido guiados también por otro lazarillo. Éste no ofrecía su hombro al ciego poeta para marcarle el camino, pero hizo el mismo trabajo provisto de una campana.

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A las siete en punto de la tarde sonó el primer tintineo. La décima Noche de Max Estrella daba comienzo. Desde Casa Ciriaco, en la calle Mayor, hasta el Círculo de Bellas Artes, donde acabó el recorrido, el rebaño de gente se dejó guiar por el pastor. Hubo quien incluso seguía el sonido de la campanilla con algún balido...

A la celebración del Día Mundial del Teatro acudieron todos. No faltó ni Max Estrella, ni Don Latino, ni la Pisabién, ni el anarquista Mateo. Todos los personajes creados por Valle-Inclán tuvieron su momento en la ruta. Y también sus compañeros literatos. El trayecto, liderado por Ignacio Amestoy, director de la Real Escuela Superior de Arte Dramático (RESAD), marcó paradas frente a las casas de Lope de Vega, Mariano José de Larra y Calderón de la Barca.

No cortaron las calles para la ocasión, pero la gente andaba por el asfalto como en procesión. Ayer el peatón tenía preferencia. Y más cuando los organizadores iban cargados con una escalera para los discursos y un par de altavoces.

A la primera estación no acudieron más de 100 personas, pero según avanzaba la noche el grupo iba creciendo. Algunos, porque llegaban para el chocolate caliente; otros, porque la multitud no les dejaba entrar a su casa, pero la mayoría acudió llamada por la curiosidad y su gusto por la literatura.

Rosa era el quinto año que repetía la experiencia. Fue la primera de su grupo de amigos en acudir a la cita. «Ahora vago como alma en pena, pero cuando lleguen mis amigos será más divertido».

Rebecca y Pan no podían parar de reír. Ninguna de las dos era española. La primera, de Nueva York; la segunda, de Taiwán. Se enteraron del acto por su profesor de Teatro, que les recomendó acudir aprovechando que estos días estudiaban Luces de Bohemia. No entendían ni una sola palabra de los que se subían a la escalerilla para dar su discurso. Ni siquiera sabían por qué había tanta gente y mucho menos, que se movieran guiados por el sonido de una campana. No entendían la situación, pero les gustaba, aunque no tanto como para aguantar hasta la medianoche. «Tenemos que cenar».

Douglas no podía eliminar su cara de asombro. ¿Qué hacían 200 personas frente a la puerta de su casa? El temor le recorría el cuerpo. Por un momento pensó que pretendían quedarse ahí hasta las 12 de la noche. Cuando se enteró de que el grupo se movía, que representaban escenas de teatro y de que encima convidaban a vino, no se lo pensó dos veces: se unió al clan. «Todo sea por el arte».

Más que un homenaje al poeta español o a su obra, el homenaje era a la Cultura. «Un homenaje a ese universo del teatro que ahora vuelve a tener euforia pero que aún le falta para llegar a ser espejo de la realidad», señaló Amestoy. No se cansó de repetir que «el teatro debe ser del ciudadano y no del consumidor». Y hablaba de espejos, «aunque deformados», porque «es necesario observar nuestra fealdad para mejorarnos».

El director de la RESAD definió la ruta como un «vía crucis laico», que sus compañeros aprovecharon para especificar el esperpento de hoy. El Madrid de Valle-Inclán sería ahora el de un paisaje de «tuneladoras y de banderas de usar y tirar cada sábado por la tarde».

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