Martes, 27 de marzo de 2007. Año: XVIII. Numero: 6309.
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 MUNDO
MEMORIA HISTORICA
La expiación de Occidente
Un extraño complejo de culpa lleva a los europeos a considerarse a sí mismos como los únicos culpables de todos los males del mundo, incluida la esclavitud
FÉLIX BORNSTEIN

Virginia acaba de pedir perdón por la trata de negros y la explotación forzosa de miles de africanos hasta la abolición de la esclavitud, a mediados del siglo XIX. Por las mismas fechas -febrero de 2007-, otros estados se planteaban en EEUU seguir el ejemplo de los virginianos. Es el caso de Maryland o Misuri, mientras que algunos más prácticos, como Florida, parecen que van a pagar indemnizaciones a los descendientes de los esclavos.

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El siglo XXI es el de la expiación, del reconocimiento de culpa, dolor de los pecados y propósito de enmienda que la Conferencia de Durban (Sudáfrica) nos exigió a los occidentales en 2001 por los crímenes perpetrados por nuestros antecesores cuando se dedicaban a la colonización. El presidente venezolano, Hugo Chávez, nos lo recuerda todos los días y el de Bolivia, Evo Morales, nos exige, como reparación del dominio sobre los pueblos andinos, que recibamos a todos los emigrantes latinoamericanos que vengan a buscar trabajo a nuestras puertas.

Occidente es culpable de todos los males del mundo y ahora debe pagar las innumerables facturas históricas que se le acumulan. Para esta literatura contable, la Historia es un libro de inventarios y balances, y el presente es el libro diario en el que anotar y saldar viejas cuentas. Sólo así el futuro, libre de manchas, partirá en blanco y será escrito por la armonía y la bondad de los hombres. Es un discurso muy justiciero, pero quizás un poco sesgado y unilateral.

Uno de los postulados de la modernidad es la importancia causal de lo que, con mayor o menor precisión, denominamos Occidente. Su actividad, actual o pretérita, es responsable de la marcha entera del universo. Lo no occidental o no existe o se compara con los actos de Occidente, y casi siempre es víctima pasiva de éste. Se trata de un extraño complejo de culpa, de un virus interiorizado por los occidentales que hemos inoculado, y ésta es una gran paradoja cultural, a sociedades que contemplamos como periféricas. Es un prejuicio que comparten grandes masas del planeta bien descrito por Ian Buruma y Avishai Margalit en su libro Occidentalismo.

Volvamos a los esclavos. La primera denuncia de que unos africanos esclavizaban a sus hermanos fue formulada por Mungo Park, el viajero escocés que en el siglo XVII fue testigo de que más de la mitad de los habitantes de los reinos de este continente no eran libres. Los reyezuelos negros vendían a sus súbditos a los traficantes europeos y éstos los trasladaban a las colonias americanas, un tráfico comercial que ya habían inaugurado mucho antes los árabes cuando penetraron en el Africa Negra. Y, mientras el pensamiento cuáquero influía decisivamente en la abolición de la trata en Inglaterra -decidida por William Pitt en 1806 y con sanción regia definitiva un año después- y 50 años después también en América, el negrero autóctono Tippu Tib y muchos árabes inundaban los mercados de esclavos del Magreb. La esclavitud fue abolida en Mauritania sólo en 1981 y en Arabia Saudí en 1962. Quien desee adentrarse en esta página espeluznante de la codicia humana puede leer el libro de Hugh Thomas sobre la trata esclavista. Los europeos no tenemos perdón de Dios, pero dejamos en Africa las ideas de los cuáqueros. También la rueda y el arado.

La memoria puede ser un arma política a merced de todos los vientos. El apogeo actual de las víctimas de la Historia es un resentimiento contra el presente. Muertas todas las utopías, el tiempo se ha detenido y el progreso que nos venden los gestores de nuestras vidas no comparece. No caigamos en esta trampa, en un regreso infantil a un pasado imposible. Un muchacho me decía hace poco que él también es una víctima: ansía ser un pajarillo y que la operación se la pague la Seguridad Social. Si se lo propone con seriedad, le espera una exitosa carrera política.

Félix Bornstein es abogado.

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