JAVIER GARCIA SANCHEZ
Pongamos que, pasados los cincuenta, uno adquiere una experiencia de las cosas de la vida que ya no tiene visos de solución. Es entonces cuando ciertas cosas que parecen acaecer casi a modo de metáfora cobran la categoría de grandes e inamovibles axiomas. De tal modo sucede con lo ideológico. Un ejemplo: la Propiedad Privada (PP), factor que tiró abajo la Revolución Francesa y que ha acabado por enterrar la práctica totalidad de los sueños revolucionarios de dos siglos. Ideológicamente estoy en contra de la propiedad privada, lo estaré hasta que me muera, aunque de otro lado entiendo que es imposible, tal y como está el mundo y somos las personas, que no haya propiedad privada, lo cual es una dolorosa y crónica contradicción, créanme.
De manera que la noticia de que también en China se acepta -que ya era hora- la maldita propiedad privada, que personalmente la considero el germen de absolutamente todos los males del mundo, me ha hundido en el más absoluto estupor y desconsuelo. Porque de los chinos era, lo sé, un símbolo, y lo de ahora es un gesto.No es ésta una época de símbolos, sino de gestos y de práctica: también tenemos en China lo más ruín de la condición humana, pero hay que seguir adelante con lo que hay. ¿Mil millones de personas quieren esta forma de locura que es la PP? Pues que la tengan. Ya se encontrarán el desastre (como ya se lo han encontrado los ex soviéticos) de aquí a nada.
Nosotros, por contra, tenemos otro PP, nuestro PP. Supongo, quiero, necesito suponer, que no es todo el PP, pero sí una buena parte de sus dirigentes: me refiero a esa extrema derecha que ha tenido la suma habilidad de hablar no de lo que les interesa (honor, lucro, orden) sino de democracia, libertad, etc.
Desde los años 60 he visto mucho en política, pero jamás nada parecido a este impa- rable (es mundial) resurgir de la extrema derecha pura y dura, aunque camuflada de ni se sabe qué. Nunca vi a España tan cerca del enfrentamiento civil como ahora. Y sigo creyendo que, incluso desde una perspectiva de derechas, convendría distinguir entre lo que es una derecha así denominada civilizada, o sea la derecha de siempre, discreta, interesada, transigente cuando tocaba y hostil cuando era necesario, y esto que el Partido Popular ofrece como alternativa en la actualidad.
Los tenemos aquí, y cuando digo aquí me refiero a aquí mismo, de forma que hay que reaccionar si no queremos que sea demasiado tarde para todos. Me he abierto los ojos el hecho de leer y oir con frecuencia, en los últimos meses, la alusión de Goebbels y su teoría de que si repites una idea cien mil veces, mucha gente la creerá como una verdad, aunque sea la mayor mentira jamás contada. Llevo 30 años leyendo sobre el nazismo, incluidos los «diarios» de Goebbles, pero hasta ahora no lo había visto.Y es cierto: están aquí.
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